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Poeta de GIJON, nacido en 1971, licenciado en Filosofia por la Universidad de Oviedo, novelista y corrector literario.
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PRIMERA PARTE
CIUDADES
“La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros.
Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.”
Fernando Pessoa
NUEVA YORK
Según afirman los estudiosos del lenguaje,
los esquimales distinguen en sus relatos hasta cincuenta clases
de nieve.
Concienzudos y malolientes, trepados a un marchito trineo,
emplean una palabra distinta para cada forma en que el frío
se disfraza de belleza.
Hay quien opina –cigarro en mano, los labios crueles–
que ésa es una ridícula manera de complicarse la vida.
Pero, igual que una mujer rota no es lo mismo que una mujer
pública,
una nieve con memoria no sugiere lo mismo que una nieve de
difuntos.
Si, invitado por sabios académicos, el cazador de focas visitara
la gran urbe,
la ciudad de los rascacielos sin olor, de los judíos vagabundos,
de los lascivos borrachos que apuran en el Hudson las heces
de la noche,
descubriría con sorpresa y cierto pavor que en el vocabulario
del neoyorquino
“the snow is white, the snow is white, the snow is white”.
Como su lejano y nunca visto amigo hiperbóreo,
el poeta no cree en ningún principio de economía de la palabra.
Por ello sus mujeres no son altas ni bajas, morenas o rubias,
sino vasos de agua, campos de trigo, cometas de carne;
por ello la nieve que hollan sus pies no es blanca ni negra, ni
está limpia o sucia,
sino que es el país de la infancia, una tentación de Narcisos,
un papel abrasado;
por ello Nueva York no es sólo populosa y febril, cosmopolita
y horrenda,
sino que juega con sus máscaras como un cardumen de
peces con las redes de un dios bondadoso.
está limpia o sucia,
sino que es el país de la infancia, una tentación de Narcisos,
un papel abrasado;
por ello Nueva York no es sólo populosa y febril, cosmopolita
y horrenda,
sino que juega con sus máscaras como un cardumen de
peces con las redes de un dios bondadoso.
CHICAGO
De niño (jura el fingidor mientras vigila al terco
sobrino que se cree inmortal), soñaba con las películas
de Nicholas Ray y la Matanza del Día de San Valentín.
De niño (asegura el viajero mientras pela una naranja
frente a la playa desierta), las calles del Estado de
Illinois eran del color de la nostalgia y siempre llovía
sobre los parterres de dalias.
Eran años (fantasea el enfermo fumándose los cigarros
que el médico le prohibe) en que Cyd Charise nos
enseñaba las rodillas y nos manchaba el alma.
Eran años (miente el poeta mendigando un adjetivo
a su esquiva memoria) en que los hombres tenían el
corazón duro y la sonrisa esquiva.
enseñaba las rodillas y nos manchaba el alma.
Eran años (miente el poeta mendigando un adjetivo
a su esquiva memoria) en que los hombres tenían el
corazón duro y la sonrisa esquiva.
Hoy Chicago es un bruto
que hiede a molicie y aguas fecales.
Como siempre, los mejores años de nuestra vida
resultaron ser de celuloide y cartón de piedra.
que hiede a molicie y aguas fecales.
Como siempre, los mejores años de nuestra vida
resultaron ser de celuloide y cartón de piedra.
NEW ORLEANS
Truman Capote dejó la salud en estas calles.
Nosotros las hemos recorrido por última vez cogidos de la
mano,
novios siniestros con las venas heladas por un beso blanco.
Vaqueros, Arlequines, locos embozados nos saludan desde
los balcones.
Preñados de absenta, ciegos de humo y rotas pianolas
escuchamos a viejas cantantes devanar la cruel madeja de las
estaciones.
escuchamos a viejas cantantes devanar la cruel madeja de las
estaciones.
¿Recuerdas el sabor de mi boca hace un puñado de siglos,
cuando nuestras pieles eran salvajes e indisciplinadas,
niños al borde de un abismo?
cuando nuestras pieles eran salvajes e indisciplinadas,
niños al borde de un abismo?
De regreso al hotel, la lluvia nos muerde las nucas.
Pronto, nuestros cuerpos no serán más que recipientes vacíos.
Míralas cómo refulgen. Las cuchillas se han bebido toda nuestra
sangre.
Pronto, nuestros cuerpos no serán más que recipientes vacíos.
Míralas cómo refulgen. Las cuchillas se han bebido toda nuestra
sangre.
BOSTON
A Poe quiero imaginarlo con bigotes lacios y tabaquera de
plata,
recorriendo en silencio los parques blancos de institutrices.
Llevará en la diestra un paraguas cerrado, un periódico bajo
la axila,
dos quintales de angustia en el santuario del pecho.
“A ese hombre pequeño y pulcro que nadie lo toque –me atreveré
a gritar–,
pues en su cuerpo atesora un millar de prodigios”.
No hay tabernas en su camino. No.
Que el fantasma del alcohol no contamine estas páginas.
Prefiero sentir en su aliento terrores menos diáfanos,
que no entone el aleluya dulzón de los moscateles.
Mujeres pálidas lo tentarán como sirenas de asfalto,
protegidas tras velos y fugaces sonrisas
que el poeta interpretará con el candor de los tristes.
Bajo el reclamo de un roble, dos perros se amarán sin recato,
octubre dibujará en el cielo su leyenda de ceniza y frío,
las bostonianas correrán a cobijarse junto a ebúrneas chimeneas...
octubre dibujará en el cielo su leyenda de ceniza y frío,
las bostonianas correrán a cobijarse junto a ebúrneas chimeneas...
Pero basta ya. Dejemos que sus pasos se pierdan al doblar
la esquina.
la esquina.
Mejor que envidiar a los genios es conocerlos así,
despojados de grandeza, ritos, palinodias,
caminantes que deambulan entre la rutina de sus paisanos.
despojados de grandeza, ritos, palinodias,
caminantes que deambulan entre la rutina de sus paisanos.
SAN FRANCISCO
Cada ciudad deja una huella en nuestro cuerpo:
una fe de erratas, un adverbio subrayado, un índice de
miedos.
Cada ciudad es una mujer que recorre
la piel insomne de esta calavera.
Cada ciudad es una cifra que el
Cada ciudad es una cifra que el
Tiempo escribe
en el debe o en el haber de los sueños
que forjamos.
Cada ciudad es una imagen torpe pero
necesaria.
Para mí,
San Francisco es James Stewart colgando
de un tejado.
Cuando un día me vaya, viejo y acaso
lujurioso,
me llevaré su pánico conmigo al solar
sin ventanas que es la muerte.
en el debe o en el haber de los sueños
que forjamos.
Cada ciudad es una imagen torpe pero
necesaria.
Para mí,
San Francisco es James Stewart colgando
de un tejado.
Cuando un día me vaya, viejo y acaso
lujurioso,
me llevaré su pánico conmigo al solar
sin ventanas que es la muerte.