Una suerte de Modigliani de la poesía, un Maiakovski sombrío o un Villon comprometido y defensor de causas perdidas, en el que convergen exacerbados el fervor político, las pulsiones de creación y de muerte. Donde los estigmas de la primera gran guerra, la pobreza y el acecho del fascismo, marcarían su obra y breve destino personal, como el símbolo más sensible de su generación trágica, en una Europa que enloquecería prontamente. Y cuya precocidad lo llevará a publicar sus primeros poemas en la principal revista literaria de Hungría, Nyugat [Occidente], cuando tenía apenas 16 años.
(Extracto de un artículo de Rafael Ojeda)
«Bella es la noche. Duerme tranquila, dulcemente.
Mis vecinos se acuestan.
Los adoquinadores caminaron a paso lento.
Lejos la piedra resonaba pura,
y el martillo
y la calle,
y ahora hay este silencio.
Hace tiempo que no te veo.
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Tus brazos laboriosos son tan frescos
como este río del gran silencio
que no murmura y se aleja lentamente,
tan lentamente que a su lado se duermen los árboles,
y luego los peces
y yo me quedo solo, solo.
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Estoy cansado de tanto trabajar,
También voy a dormirme.
Duerme tranquila, dulcemente.
Seguramente tú estás triste,
y por eso estoy triste también.
--
Hay silencio.
Ahora las flores nos perdonan».
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