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(poeta y periodista mexicana)
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APUNTES SOBRE LA FORMA (I)
Uno de los problemas que están en la mesa actualmente es el problema de la forma en poesía. De un tiempo a esta parte todas las discusiones más o menos válidas en torno a la poesía pasan por el tamiz de la forma. En realidad, al entrar en conflicto toda una visión del mundo ha entrado en el mismo conflicto la formalización en el arte, y muy especialmente, en el arte de la poesía. Es practicamente imposible tratar el problema de la forma en poesía sin aludir, aunque sea de manera oblicua, al estado del mundo en que esa forma se origina. De alguna manera, la forma poética siempre está ligada a una idea mimética de la realidad, a una suerte de copia no de la realidad pero si de una forma que regiría esa realidad, Aristóteles dixit. Para la estética clásica, regida por el principio de armonía, el poema se vuelve canónico: se hace eco de la norma y del conjunto de sus reglas para representar la realidad. El poema no es la realidad sino un medio para ponerla en escena.
Aquí se trata de vehiculizar un contenido (un estar en el mundo) mediante una formalización que le es anterior, impuesta. Dos cuartetos, dos tercetos, catorce versos endecasílabos, son el ejemplo más patente de una camisa de fuerza impuesta a un contenido X. Lo que está en juego en este caso es algo más que la pericia del hacedor para manejar las reglas: está en juego, fundamentalmente, su capacidad de recorte de un fragmento de la realidad y hacerlo vivir en un esquema predeterminado. Se trata de una estética que toma mayor parte de su energía del contenido que intenta transmitir. La estética barroca significa una revolución en lo relativo a la representación de la realidad. Aunque manteniéndose en apariencia dentro del canon regular, la realidad ha dejado de ser regida por el principio de armonía. El barroco es una estética de superficie, esto es, deja de existir el principio de semejanza entre las cosas y pasa a dominar el principio de la apariencia.
Si la norma en la estética clásica tenía por condición el crear un efecto de igualdad entre el arte y la vida, el barroco desiste de esa pretensión. Y al desistir de la pretensión mimética, desiste de la norma. Se trata ahora de un juego de oposiciones coexistentes. El caso de Gongora es patente al respecto. Si bien el poeta cordobés ejerce el soneto, la utilización de esa forma canónica es sólo una máscara indicadora de que entre la realidad y la forma poética no existe ningún punto de equivalencia. El mundo para Góngora ha perdido todo centro y el hipérbaton latino es el que señala la dislocación. Forma poética y mundo se han separado definitivamente. No hemos ido más allá de la batalla entre la formalización clásica y formalización barroca. Lo que está en el medio son híbridos, mestizajes formales. La modernidad poética se ha alineado con facilidad dentro de la estética barroca. La aparición de la literatura sobre la literatura, cuyo ejemplo más alto es Mallarmé, señala claramente su filiación con el barroco: la apuesta formal de Un golpe de dados es la negación de todo principio de identidad entre poema y realidad, la pérdida de centro del mundo y el intento de verificar esa dispersión en los límites de la página poética. Y tampoco hemos ido más allá de la experiencia mallarmeana.
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Eduardo Milán,
poeta y ensayista uruguayo
"Resistir. Insistencias sobre el presente poético"
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