-
-
-
En el ciclo de Poesía que se expone en el Palau de la Música de Valencia, este año intervino la poeta Elena Escribano. Su incesante búsqueda en las galerías de la consciencia humana por donde corren imparables la pasión, la locura, el deseo, la esperanza, el miedo, la ira, el sacrificio, la muerte, deviene su último poemario, inédito y casi cerrado, del que anticipo los tres poemas con los que comienza. El depurado estilo que auna clasicismo heleno-romano con la agudeza femenina de subvertir los mitos de una cultura masculina para enriquecerlos con una nueva mirada permiten una visión más turbadora por próxima a ese real indecible que llamamos humana existencia y que se soporta sobre las bases de un lenguaje con el que apenas somos capaces de entendernos, conocernos y una impredecible vulnerabilidad en la dependencia de los otros, que es casi una condena, y no llega a ser una salvación en tantas experiencias y en tantos desencuentros como los que marcan nuestros presente. Lirismo, intensidad, abisal travesía por el alma, la mente, el cuerpo, que son uno y unitariamente respiran y chocan y se esquivan y se embisten. Ahí, un ritmo versal, una cadencia y una musicalidad propia de lo inesperado, también de lo artesanalmente calculado y convenientemente disimulado.
-
Lejos de la telebasura comercial y del cine más irresponsable en el que casi siempre los héroes vencen a los malos y se quedan con la chica, Elena Escribano prefiere ir a la médula del dolor vivo de hoy, esa dificultad casi insalvable por la que los enamorados fracasan en sus intentos de vida en común y son dislocados de sus sueños, de su deseo, por una áspera realidad y suceción de contratiempos y contraveniencias.
La apuesta, no obstante, el desafio, es seguir amando, seguir apasionadamente yendo contra el mundo por un sólo instante de plenitud, de imposibilidad rozada, de logro efímero. Si bien, es posible advertir un peso determinante, un hilo de oro que une lo posible y lo imposible, que está por unos momentos en manos de ella... junto al abismo.
-
-
Víktor Gómez
-
-
-
-
-
-
(MINOS)
Tú sabes que él no solía mirarte.
Le atraían más las otras jóvenes
de breve andar y risas anchas como cristales rotos,
los otros jóvenes
de ojos entornados como sonrisas o cancelas,
también los niños,
era el rey.
Como hombre, contigo, era el silencio,
como esposo contigo era una espalda,
era un muro en tu lecho,
era una tapia sin jardín y sin manzanos.
Con los demás la violencia o la apatía.
Hastiado ya de todo
muy pocas cosas le llevaban a la cumbre de sí mismo.
Sólo aquel toro nacido en las aguas más profundas,
como tributo en su belleza al altar de Poseidón
le devolvió a su pecho el redoblado galope de la sangre.
Traicionó su juramento y ofendió al dios.
No pudo sacrificarlo.
Tan hermoso era.
-
.
.
(EL DESCUBRIMIENTO)
Él rey pasaba en el establo las horas y los días.
No le importaban el estiércol aún caliente,
las sonrisas maliciosas de sus siervos,
la suciedad en sus sandalias.
Tú no podías tolerar esta nueva ofensa.
Cuando le viste al galope una mañana entre los jóvenes de su guardia
atravesaste el umbral
y estaba al fondo.
Ovillado en un manto de nieve
oliendo aún a sal y a profundidades tan claras
que todo él era luz
mansamente descansaba en el heno.
No pudiste evitarlo.
Hubieras querido huir
cuando abrió sus ojos de agua
y te miró desde el fondo marino
de su origen.
Poseidón supo en ese momento exacto
que tú serías su venganza.
-
-
-
-
-.
.
-
(LA BÚSQUEDA)
De nada le servían seducciones aprendidas tras el altar de Afrodita,
ni los secretos conjuros oscuramente salmodiados de su hermana, la maga Circe,
ni sus manos
temblando
entre el suavísimo pelo blanco de su lomo,
por su delicado vientre,
en aquel sexo que ella presentía
más cálido que el aire del siroco en el otoño,
más poderoso que la venganza de Poseidón.
Un amanecer huyó hacia los campos
buscando el rocío que atrapa la esencia de la tierra,
y se bañó en el verde tiritante de los prados y se llevó
el sabor más intenso de la hierba pegado a su piel.
y era en vano.
Otra noche
bailó entre las algas de las profundidades marinas,
dejó que la sal fijara en su cuerpo
el profundo sabor de las caracolas
y se fue a abrazarlo tan perdida,
tan dolorosamente enamorada
que su rechazo
no supuso ni una queja
ni aumentó en un punto
su desolación.
Locura.
Insistencia ciega.
Huida hasta el fondo mismo
de los pozos de culebras.
Imaginar otras salidas.
No cejar en el empeño.
La maldición de un dios.
-
Elena Escribano, poeta
Sobre Reincidencias, aquí
-
--
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario