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Con sóĺo dieciocho años, en 1933, cuando aún no alternaba la vida provinciana de su Swansea (Gales) natal con frecuentes escapadas de delirio etílico a Londres, Dylan Thomas publica uno de sus poemas más celebrados. En él ya están presentes el arrojo y la crudeza de la expresión, la redondez musical y la temática obsesiva (“el significado cósmico de la anatomía humana”, dicho con sus propias palabras) que caracterizan toda su obra. La conciencia precoz del desgarro se equilibra con la afirmación incondicional del amor más allá del dolor y la muerte, que es la idea central del poema. El resto aparente de inocencia, entusiasmo o cinismo juveniles que pudiera preservar dicha afirmación, la terquedad del estribillo de minero ebrio con que se opone a la fatalidad enemiga, adquieren dimensiones de lucidez visionaria, comparable a la de un pensador antiguo o un primitivo chamán.
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Santiago Auseron
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Y LA MUERTE NO TENDRÁ SEÑORÍO
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Y la muerte no tendrá señorío.
Los muertos desnudos serán uno
Con el hombre del viento y la luna del Oeste;
Cuando descarnados y limpios hasta el hueso sus huesos se dispersen,
Tendrán estrellas por codo y pie;
Aunque enloquezcan serán cuerdos,
Aunque se hundan en el mar resucitarán de nuevo;
Aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
Y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Los largamente tendidos bajo las envolturas del mar
No morirán a la intemperie;
Aun retorcidos en el potro, mientras ceden sus tendones
Amarrados a una rueda, ellos no se romperán;
La fe en sus manos ha de partirse en dos
Y los han de atravesar males unicornes;
Escindidos los extremos, ellos no se quebrarán;
Y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Nunca más gritarán las gaviotas en su oído,
Ni rugirá el rompiente de las olas en la orilla;
Donde alentó una flor nunca más una flor
Podrá elevar su rostro a los golpes de la lluvia;
Aunque estén locas y muertas como clavos,
Las cabezas de los personajes martillean entre las margaritas;
Estallan bajo el sol hasta que el sol se apague,
Y la muerte no tendrá señorío.
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Extractado del artículo de Santiago Auseron
Tres poemas de Dylan Thomas,
publicado en La Huella sonora.
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