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El nuevo poemario de Juan Carlos Mestre, La casa roja (Calambur, 2008) es una muestra viva e insurrecta de la otra poesía que se escribe, recita, resiste, deviene, sumerge y reune en memoria de lo futuro y en olvido de lo sobreabundado para desde ese no lugar que habita la palabra del poeta rebautizar el mundo y transgredir lo presentido en un afán libérrimo y erudito de caminar a la intemperie, sin el suplicio de obediencia al amo, sin la seguridad del techo canónico, en un nomadeo que concilia lejanías y destiempos, lo mítico y lo real, el sueño y la sutileza, lo improbable y lo pertinaz, con osada eclosión de metáforas visionarias e irracional lentitud. Diálogos con los vivos y muertos poetas coetáneos de la otra poesía en riesgo y memoria futurible exámen e irónico asalto a los fortines de la cultura, la moral(ina) y el poder que extiende tentáculos por todas las márgenes y centros de la vida contemporanea.
Un poemario que puede ser heredero de los legisladores (Shelley) así como de los cronistas (Milán) de la historia. En complicidad con Cirlot, Olvido, Talens, Nuñez, Varela, Paz, Gamoneda y otros que son la tradición que no traicionó, la sumergida y caudalosa mar, el primer olvido que se canta y cuenta en la música de los bienaventurados que condensan "lutos negros, porque de ellos será la última soga del relámpago, el primer peldaño en la escalera del descendimiento".

Página de Juan Carlos Mestre: http://www.juancarlosmestre.com/

El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con humo de lo ardido y lava de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes.

Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de una frente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna.
Todas íbamos a ser reinas...
Gabriela Mistral
Posiblemente se acaben de levantar y oigan a lo lejos un olor a pájaros dormidos. Posiblemente todo lo que era el mundo, hierba y galaxia, aún es sueño. Saben planchar, posiblemente dan de comer a hijos que no son suyos. Vuelven insignificantes a la vida, regresan al suburbio donde pensaron algún día no estar solas, ser As de Corazones, entre las manos de crupier del sábado. Quitan el polvo a libros que jamás leerán, cambian las sábanas del catre donde se amaron otros. Nadie sabe qué dios de las pequeñas cosas aún les hace sonreir en las fotografías. Caminan hacia el metro, beatrices de Dante, julietas, lisas marías di noldo gherardini. Sobreviven sin culpa, ávidas, fervientes, despreciadas. Posiblemente odian, posiblemente sueñan.
Juan Carlos Mestre