
Apostar al caballo equivocado, ver como la lluvia arruina la pista, bajar y bajar y bajar hasta ser como la hierba, decir que no cuando ya no es posible que nos oigan, vender humo, desvendar humor y enlatar miedos, cambiar duros a cuatro pesetas (qué carca soy) escribir en las botellas llenas con apenas el vaho de lo excesivo, despertar a los borrachos con una amable sonrisa, golpear con los nudillos cada verso rimado, discutir con los aviones que sobrevuelan muy muy muy alto, entonar canciones sin letra y canturrearlas como si fuera la hora de acudir al cadalso, rifar un sosten que nunca fue trofeo, apabullar a las farolas con discursos ebrios, enviar cartas en blanco y vaciar las papeleras buscando un sello usado, bajar, bajar, bajar del gran slogan al mordisco en la oreja, entretenerse en contar alcantarillas, pedirle fuego al sordo de la esquina, mentirle al poli cuando nos alumbra entre los setos, reirse de los zapatos sin suela que nos recuerdan cuando corriamos por alguien, por unos cuantos que hoy ni nos recuerdan, bajar, bajar, bajar al nomadeo, al ser sombra o sombrero, pequeño rizo en el aire, voluta de humo en un pub inglés, ajo que de la boca reviene tras demasiadas cosas en el estómago....
todo eso fue nada, apenas un gapo,
después de ver como se sonríe,
tan a gusto, con la dolménica paz
de la justa empatía, calambrazos
exquisitos en lo felino y en la textura
de un ser sin ambiguedades:
grandes, grandes, grandes.
Víktor Gómez