viernes, 20 de marzo de 2009

Francisco Pino: Huellas

[caption id="" align="aligncenter" width="198" caption="Francisco Pino en La Residencia de Estudiantes"]Francisco Pino en La Residencia de Estudiantes[/caption]

¿Habrá algo más hermoso que quedarse sin huellas?

Sólo el pájaro sabe de esta gracia

y el horizonte aquel que de la luz se arranca

sin dolor, con un leve marcharse ajeno al tiempo,

al calendario triste que siempre deja huella.

Andar, andar, andar esperando que un día

la tierra no nos sienta; querer la lejanía

donde el hombre se evade de los ojos.

¿Así será la muerte? Si es así será dulce.

Diluirse en el aire, ser el después sin rastro

de una  nube. Y andando seguir y ver la tierra,

al fin sin nuestras huellas, con nuestro propios ojos.

Francisco Pino

Siempre y nunca

(Cátedra ed., 2002)



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Juan Carlos Mestre: Algunos muertos

ALGUNOS MUERTOS

Algunos muertos giran como persuasivas ideas alrededor de lo que se cree un vínculo con la felicidad. Entran en los bares, piden tazas de aceite para el clima melancólico de cuanto se da por supuesto. Desde su taburete observan el domicilio de las cuatro estaciones, piden ginebra indolora durante la sobremesa de sus placeres inútiles. Saben que la probabilidad ha remendado las enciclopedias, conocen al demente desamarrado de la creación, le ladran en los calcetines. Igual se enfría el vapor moral, igual vuelve cada uno a la miniatura de sus caprichos. Cierran los comercios, la muchedumbre entra en la calvicie, el tipógrafo ordena la escolanía de la muerte. Tengo catorce años, Gilberto Ursinos se ha suicidado con el cinturón de la primavera. En voz baja crecía el laurel y las orugas tenían los tobillos hinchados. Poco más puedo decir sobre el idilio con la apatía, los tipos sin imaginación tienen mala salud, así que es preferible alquilarle otra casa a las adivinas. Lo que oímos es la cosecha del sánscrito, balidos del juez invisible en el crematorio de nubes. La palabra legua ya estaba en desuso, pero esa hubiera sido la distancia exacta entre la herradura de los amadores y la barbilla del infinito. Los cueros de la morgue rodean el abedul de su pensamiento, las huellas de los coches fúnebres salen de la franquicia de la literatura. Te has quedado solo, ya no lo oyes toser y el valle escurre su silencio sobre la felpa siniestra. La advertencia es el entusiasmo, esa brea de abejas en los túneles inundados por la visión indecible. Otras especies de la noche bajarán a acompañarlo en el rincón más avaro, se casará bajo la tierra con los ojos vendados y las cuñadas cantarán en los delantales. Pájaro, yo también me he hecho mayor y la mayoría de la gente que nos hubiera querido se ha ido muriendo. Hemos consumido las sales de la promesa, las gatas siguen pariendo en los urinarios abandonados. Cada palabra es una tijera que se multiplica, un desconocido cuya pena no ha sido invitada, oscuros padres en las bebidas amargas como una cisterna dilatando el insomnio. Hacia donde vamos la realidad carece de comportamiento, pero aún así el descreimiento de la belleza no autoriza el alboroto de los soldados.
Juan Carlos MESTRE
Publicado en la revista
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EDUARDO MILAN: Poema (1991)

Poca cosa en el mundo con utilidad

todavía: la luna, María. Una

sobre otra con su luz vacía, el cuarto

menguante cada vez con menos cosas, los

muslos menguantes cada vez con menos manos, el

óvalo del rostro que rueda por la sombra. "Espérame

un año y verás: será distinto por la estrella el

destino". Luna de estío, estilo de brillar barroco, el

hueco de la noche se hace día, dices. Pero lo que no

dices y tal vez deberías es que no hay talismán que

frene el maleficio de no estar contigo, aquí

en la maleza de sonidos voló el ave que consuela.

[VUELTA NÚM. 175, 1991



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