viernes, 13 de julio de 2007

RESPUESTA A UN POEMA, UN POR QUÉ DE EDUARDO MILAN


Porque presientes
ese lugar confluyente
ese vértice sólido
ese punto donde
quieres ser
parte de ese abismo,
o sea
fuera de ti
o sea
en mí.
Enciendo lámparas en un pozo;
deslumbran
se expanden
flotan,
reverberan en la piedra
en el musgo de tus ojos.
En ese momento
nos miramos
pero llega la noche
enterrando soles
ocultándonos de sombras.

Ana María Espinosa.



¿Por qué amo tu locura,
tu desparpajo, tu falta
de reloj y tus atajos
cuando estoy prácticamente a punto
de caer de cabeza en el abismo?
O sea en ti. Pero no sólo
eso: hay mucho más de ti que quiero
y no revelo. Esa lámpara
que enciendes en el fondo.


Eduardo Milan.




Palabras para Elena Escribano

PALABRAS PARA ELENA ESCRIBANO EN LA PRESENTACION DEL LIBRO "REINCIDENCIAS

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Cuando conocí a Elena Escribano, hace ya algunos años, tuve la impresión primera de que me había topado con un caudal, con una persona caudalosa que transportaba un volumen de gestos y palabras sumamente expresivos, casi apabullantes para un tímido como yo. Soy un pésimo nadador en aguas reales; todavía más pésimo si se trata de aguas fluyentes. Y como me manejo con parecidas carencias en las aguas simbólicas de la conversación, enseguida imaginé los apuros en que me vería, braceando torpemente para mantenerme con dignidad y educación a flote.
Pero debo confesar que me bastaron unos minutos para percatarme de que aquel caudal de comunicación que se me venía encima contenía una sustancia desaceleradora y tranquilizante: ideas. Y, además, ideas claras, bien musculadas por si fuera poco, sobre la poesía y su difusión. En torno a lo primero intercambiamos impresiones, juicios y nombres, y no nos resultó difícil ponernos de acuerdo. Sin embargo, sobre lo segundo, el peliagudo asunto de la difusión del género literario minoritario por antonomasia, he de admitir que no pudo haber intercambio ni consenso, sino más bien un manso, admirado asentimiento por mi parte. Supe entonces que estaba ante una mente y una voluntad inusuales, empeñadas ambas en la búsqueda de beneficios para la poesía.
Desde este punto de vista, Elena Escribano es –además de en el sentido moral en que todos lo somos- una de las personas más necesarias que conozco. La considero, de hecho, la defensora número uno de la poesía, la más dispuesta y eficaz activista en favor de los versos.
Todos estamos al tanto de sus actividades y de sus logros, no hace falta enumerarlos ahora. Baste decir que Elena proyecta, negocia, desarrolla, publicita, tutela... Con ella, la poesía en Valencia –en las dos lenguas- ha conocido, o mejor, está conociendo un periodo extrañamente sostenido de ocasiones para que se produzcan talleres, lecturas, publicaciones, congresos, presentaciones y no sé cuántas cosas más en las que la poesía y los poetas son protagonistas exclusivos. Y todo esto con un más que razonable público, circunstancia que sin duda representa la prueba inapelable de su éxito.






A esta mujer-río, con el tiempo, he tenido oportunidad de tratarla y observarla desde la cercanía de la amistad. Puedo decir ahora que el torrente de su carácter no sólo posee tramos rectos con gran poder de arrastre, también traza curvas donde su caudal no espumea, y meandros cariñosos y calmos donde sus aguas limpias reposan para dejar sitio al reflejo.
En esos momentos he visto en Elena a una persona de sensibilidad y coraje. De este último –sabido es- ha echado mano, según un comportamiento admirable, cuando la salud le ha puesto zancadillas. En cuanto a la sensibilidad, que la segrega y que la emplea lo demuestra con creces en lo humano y, por supuesto, en esa señalada capacidad suya de transmisión de amor empírico por la poesía, lo mismo en el trabajo que lleva a cabo en la Universidad Politécnica como en la selva de la ESO, en cuyo interior se adentra sin miedo.
No puede extrañar, por tanto, que Elena Escribano volcara también su sensibilidad en la escritura. Los enamorados de la poesía terminan contactando de un modo más físico con el objeto de su desvelo: crean la carne de los versos propios. Y no puede negarse que este acercamiento de Elena a la producción poética ha dado un primer fruto magnífico: Reincidencias, libro que ha sido reconocido y premiado por un jurado de lujo, desde el primero hasta el último de sus miembros.
Quizá no sea este el lugar más adecuado, pero permítanme que haga un poco de teoría. A mi entender, la poesía puede ser dividida, según su contenido, en dos clases muy amplias y generales, que sólo voy a describir superficialmente, dejando para mejor ocasión cuantas matizaciones exigen. Estos dos territorios son, por un lado, la poesía entendida como lenguaje del acontecer vital, en la que la vida se decanta en palabra poética, y, por otro, la poesía entendida como acontecimiento del lenguaje, en la que la palabra poética aspira a crear ella sola algo vivo.











Pues bien, Reincidencias se adscribe con toda nitidez a la primera gran familia. Elena transita el suelo de las vivencias efectivas, y las traslada luego al poema con el propósito de que en sus versos lo vivido sea pronunciado, se traduzca y cobre acentos que lo iluminen o le den el contorno literario encargado de dotar a la experiencia privada de un valor estético, público. Reincidencias cuenta un episodio biográfico concreto. Y digo bien cuando digo que cuenta, pues el libro se organiza narrativamente, cuenta una historia, una historia de amor.
Se inicia con una reflexión acerca de lo imprevisto –o acaso lo intempestivo- del despertar amoroso en según qué etapas de la vida, es decir, comienza meditando sobre el deseo que en algún momento es llamado “inoportuno”. A continuación, la narración toma como nudo la fase en que la relación amorosa ha declinado después de su eclosión inesperada. El recuerdo y la consideración analítica de los sentimientos, así como de escenas clave de la historia, van configurando toda la segunda sección. “Cuando amas –se nos dice- caen una a una / todas las paredes de tu casa”. Hay una retrospectiva de ese derrumbe, y un acta que enumera dudas, desencantos y una provisional reconstrucción de la casa caída.
Provisional, sí, porque la tercera sección, que da título al conjunto, narra el regreso del amor, renacido en su posibilidad, reincidente. Pero su triunfo demandaría una suerte de viaje hasta un infierno particular con el objetivo de ayudar al otro a salir de él. Los poemas de esta parte muestran ese viaje que recuerda al viejo mito griego, sólo que en esta ocasión Eurídice hace de Orfeo. Cambian los papeles pero no el final. La derrota –y así se titula la parte última- llega y en este caso le toca a Eurídice volver sola, levantar otra vez las paredes caídas de la casa.
De este repaso esquemático que acabo de hacer de Reincidencias tal vez pudiera deducirse que su tono es amargo. No lo es en absoluto. Yo encuentro, por el contrario, un decir que se emite desde una cierta distancia, la conseguida después de someter a la inmediatez sin disfraz de lo sentido a una contención que se impregna de sentimiento diáfano y al mismo tiempo de ironía, de lucidez y de inequívoca decisión de vivir.
El verso de Elena Escribano es directo y claro. Percibo en él la sabia digestión de los clásicos españoles, y la de poetas más recientes del amplio espectro que representarían, por ejemplo, Jaime Gil de Biedma o Ángel González.






Se asegura en un lugar de este libro que el corazón funciona haciendo trampas. Será el corazón, porque la poesía de Elena enseña sus cartas sin dobleces ni trucos. Es palabra para el sentimiento, trabajada, libre de retóricas inútiles.
A esta mujer caudalosa hay que escucharla, en lo que dice y en lo que escribe. Quienes la conocemos sabemos que comunica con inteligencia y emoción dos pasiones valiosas: la que manifiesta por la poesía, la que muestra por la vida. Me callo y la escuchamos. Muchas gracias.

Antonio Cabrera
Casa del Llibre, Valencia, 15 Mayo 2007