--

--
Al estadista, de un signo o de otro, lo define la voluntad de hacer de cualquier cosa un instrumento, ya sea de emancipación o de opresión. El poeta, en cambio, está marcado por la necesidad de un lenguaje que salga del paradigma de lo instrumental. Al primero le puede el afán de inspeccionar, de supervisar, de hacer catastros, censos, de donde quizá le vanga etimológicamente su vocación de censor. Cierra filas, fronteras.
Alecciona, colecciona respuestas por si acaso. Al segundo le mueve la pasión por sembrar, se asombra, se da a inscribir signos debajo de la tierra, a subvertir un mundo catastrófico. Plantea aun sin querer preguntas, abre nuevos espacios que son espaciamientos de sentido. Donde y cuando aquel expulsa, a éste se le encuentra impulsando, lo que es obviamente, y cuando menos, distinto. No es raro que las relaciones entre ambos hayan sido espinosas tantas veces. Sería bueno que quienes se preocupan por dilucidar las conexiones entre lo poético y lo político, tarde o temprano, se plantearan cuál de los dos caminos anteponen. El vínculo entre poesía y anarquía no es aleatorio ni es perecedero.
A. Méndez Rubio
--
Foro de las Artes Valencia, 2003-2004 (recopilado por E. Falcón):