domingo, 29 de abril de 2007

VALLEJO, en prosa


Voy a hablar de la esperanza

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!
Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

ANTONIO PORCHIA


"A veces de noche, enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad."


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“Cuando me encuentro con alguna idea que no es de este mundo, siento

como si se ensanchara este mundo”


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“La piedra que tomo con mi mano bebe de mi sangre y palpita”


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“Toda cosa existe por el vacío que la rodea”


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“Quien se queda mucho consigo mismo, se envilece”

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“En plena luz no somos ni una sombra”


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“Yo también tuve un verano, y ardí en su nombre”


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“El amor, cuando cabe en una sola flor, es infinito”


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La materia, solamente materia, no es palpable”


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“Cuando haya dejado de existir no habré existido nunca”

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“Todo es nada. Pero después. Después de haber sufrido todo”

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“Mi alma tiene todas las edades, menos una: la de mi cuerpo”

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“Cuanto vuelve, no vuelve todo, ni aún volviendo todo”

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“Cuando me llaman mío, no soy nadie”

THOMAS MERTON: LOS HOMBRES NO SON ISLAS


El hombre está dividido contra sí y contra Dios por su egoísmo que lo divide de sus hermanos. Esta división no puede ser sanada por un amor que se coloca solitario en uno de los dos lados de la hendidura; el amor debe alcanzar ambos lados para poder juntarlos. No podemos amarnos a nosotros mismos si no amamos a los otros; y no podemos amar a otros si no nos amamos a nosotros mismos. Mas un amor egoísta de nosotros mismos nos vuelve incapaces de amar a otros. La dificultad de este mandamiento (Amarás a tu prójimo como a ti mismo) radica en la paradoja de que tendríamos que amarnos inegoístamente porque aun el amor a nosotros mismos es algo que debemos a otros.
Esta verdad nunca es clara mientras presumimos que cada uno de nosotros, individualmente considerado, es el centro del universo. No existimos sólo para nosotros, y únicamente cuando estamos plenamente convencidos de esta verdad comenzamos a amarnos adecuadamente y así también amamos a otros. ¿Qué quiere decir amarnos adecuadamente? Lo primero, desear vivir, aceptar la vida como un inmenso don y un gran bien, no por lo que ella nos da, sino porque nos capacita para dar a otros.




Es, pues, de importancia suprema que consintamos en vivir para otros y no para nosotros mismos. Cuando hagamos esto, podremos enfrentarnos a nuestras limitaciones y aceptarlas. Mientras nos adoremos en secreto, nuestras deficiencias seguirán torturándonos con una profanación ostensible. Pero si vivimos para otros, poco a poco descubriremos que nadie cree que somos «dioses». Comprenderemos que somos humanos, iguales a cualquiera, que tenemos las mismas debilidades y deficiencias, y que estas limitaciones nuestras desempeñan el papel más importante en nuestras vidas, pues por ellas tenemos necesidad de otros y los otros nos necesitan. No todos somos débiles en los mismos puntos; y por eso nos
complementamos y nos suplementamos mutuamente, cada uno rellenando el vacío del otro.
Sólo cuando nos vemos en nuestro contenido humano verdadero, como miembros de una raza que está planeada para ser un organismo y un cuerpo, empezamos a comprender la importancia positiva, tanto de los éxitos como de los fracasos y de los accidentes de nuestra vida. Mis éxitos no son míos: El camino para ellos fue preparado por otros. El fruto de mis trabajos no es mío: Porque yo estoy preparando el camino para las realizaciones de otros. Ni mis fracasos son míos: Pueden dimanar del fracaso de otros, mas también están compensados por las realizaciones de otros. Por consiguiente, el significado de mi vida no debe buscarse solamente en la suma total de mis realizaciones. Unicamente puede verse en la integración total de mis éxitos y mis fracasos, junto con los éxitos y fracasos de mi generación, mi sociedad y mi época. Pueden verse, sobre todo, en mi integración dentro del misterio de Cristo. Eso fue lo que el poeta John Donne comprendió durante una grave enfermedad, al oír que las campanas doblaban por otro. La Iglesia es Católica, universal -dijo-; luego todos sus actos, todo lo que ella hace, pertenece a todos... ¿Quien no inclina el oído a la campana que en alguna ocasión tañe? Y, ¿quién puede suprimir de ese tañido la verdad de que un pedazo de uno mismo está saliendo de este mundo?


Todo hombre es un pedazo de mí mismo, porque yo soy parte y miembro de la humanidad. Todo cristiano es parte de mi cuerpo, porque somos miembros de Cristo. Lo que hago, para ellos y con ellos y por ellos lo hago también. Lo que hacen, en mí y por mí y para mí lo hacen. Con todo, cada uno de nosotros permanece responsable de su participación en la vida de todo el cuerpo. La soledad, la humildad, la negación a uno mismo, la acción y la contemplación, los sacramentos, la vida monástica, la familia, la guerra y la paz: Nada de esto tiene sentido sino en relación con la realidad central que es el amor de Dios viviendo y actuando en aquellos a quienes ha incorporado en Su Cristo. Nada, absolutamente nada tiene sentido, si no admitimos, con John Donne, que los hombres no son islas, independientes entre si; todo hombre es un pedazo del continente, una parte del todo.

Thomas Merton, monje trapense




Epílogo:
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LLEGÓ CON TRES HERIDAS
Llegó con tres heridas:
la del amor, la de la muerte, la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida, la del amor, la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida, la de la muerte, la del amor.
Miguel Hernandez

MANUEL SACRISTAN: PENSAR EN TIEMPOS ACIAGOS



11. Llevaba razón Bofill. El idealismo es la esperanza en que se
cumpla la promesa de la serpiente.

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12. ¿Por qué ningún gran pensador se acuerda de la ocupación de
barrer o eliminar lo barrido?

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13. Es una afirmación oscura en el sentido de que tiene el estilo
dogmático-arbitrario del filósofo, que no sólo te está diciendo las
cosas son así, sino que, más o menos, con mayor o menor
educación, el filósofo está diciendo casi siempre, por lo menos el
filósofo tradicional, quiero que creas que las cosas son así.



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14. Lo filosófico es un nivel, no una teoría.


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15. Esto es la maldición del filósofo tal como los filósofos nos
hacemos en la cultura burguesa. Como he tenido ocasión de decir
alguna vez, con grave indignación de mis colegas, los filósofos
somos especialistas en nada, literalmente. Por la obligación de
hablar, más o menos, de todo, el gravísimo riesgo es no hablar
concretamente de nada.


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16. La insistencia de Russell en que el mismo enunciado cubre
contenidos mentales en las personas, resulta fecunda como toda
cabezonería: filósofo es ser cabezota. En este caso la fecundidad
consiste en sugerir el modo y los límites de la determinación social
de la consciencia -por el lado del lenguaje, pues hay otro lado: la
conducta.

DICHOS DE LUZ Y AMOR. JUAN DE LA CRUZ




4. Más vale estar cargado junto al fuerte que aliviado junto al flaco: cuando estás cargado, estás junto a Dios, que es tu fortaleza, el cual está con los atribulados; cuando estás aliviado, estás junto a tí, que eres tu misma flaqueza; porque la virtud y fuerza del alma en los trabajos de paciencia crece y se confirma.

5. El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón.

6. El árbol cultivado y guardado con el beneficio de su dueño, da la fruta en el tiempo que de él se espera.


7. El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo.
8. El que a solas cae, a solas se está caído y tiene en poco su alma, pues de sí solo la fía.
9. Pues no temes el caer a solas, ¿cómo presumes de levantarte a solas? Mira que más pueden dos juntos que uno solo.
10. El que cargado cae, dificultosamente se levantará cargado.



22. Dos veces trabaja el pájaro que se asentó en la liga, es a saber: en desasirse y limpiarse de ella. Y de dos maneras pena el que cumple su apetito: en desasirse y, después de desasido, en purgarse de lo que de él se le pegó.
44. Entra en cuenta con tu razón para hacer lo que ella te dice en el camino de Dios, y valdráte más para con tu Dios que todas las obras que sin esta advertencia haces y que todos los sabores espirituales que pretendes. 45. Bienaventurado el que, dejado aparte su gusto e inclinación, mira las cosas en razón y justicia para hacerlas.
72. Aunque obres muchas cosas, si no aprendes a negar tu voluntad y sujetarte, perdiendo cuidado de ti y de tus cosas, no aprovecharás en la perfección.


introduccion a MANUEL SACRISTAN por J. Riechmann


Docta ignorancia es saber que no se sabe, conocimiento de los
límites del propio saber: intentamos situarnos en esa estela, detrás
de Sócrates, de Nicolás de Cusa... y del maestro Manuel
Sacristán. “El requisito imprescindible para una investigación sin
prejuicios es el reconocimiento de la ignorancia propia”
(M.A.R.X. II, 20).

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“El principio de docta ignorancia”, observó Manuel Sacristán, “se
satisface particularmente bien con formulaciones negativas: no
construcción de la libertad, sino abolición de la esclavitud”
(M.A.R.X. II, 36). “Los tipos que fabrican utopías en las que todos
tendremos la misma estatura nos están intentando robar la
posibilidad de conseguir que no nos maten de hambre, ni nos
metan en la cárcel, etc.” (M.A.R.X. I, 12).









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En Occidente vivimos una situación que podríamos calificar de “inmoralidad estructural”,que corrompe sin tregua nuestra vida moral, artística, intelectual. Tres dimensiones de esa situación:



1. El abismo de desigualdad Norte/ Sur: seres humanos de
primera y de tercera categoría. Un apartheid planetario, en
beneficio de los menos.


2. Vivimos como si fuésemos la última generación que habita un
planeta de usar y tirar: après nous le déluge.


3. Un discurso de derechos humanos y valores universales,
sistemáticamente contradicho por nuestra práctica.




¿Qué conciencia aguanta este vaivén continuo entre el chorro de
agua casi hirviendo y la ducha fría? La analogía sería una
sociedad esclavista que hubiera perdido por completo la fe en sus
propios valores esclavistas, y defendiese –verbalmente— valores
abolicionistas, al mismo tiempo que siguiese haciendo girar toda
su vida económico-social sobre el esclavismo.


Así, el cinismo se convierte en la endémica enfermedad profesional de nuestros intelectuales y artistas...
En semejante situación, conjugar valores éticos (de liberación
humana, de justicia ecológica) y valores estéticos (de belleza, de
indagación existencial) se convierte casi en un acto de heroísmo;
y esto es desastroso. Desastroso el país que necesita de héroes,
nos avisaba Bert Brecht hace ya tantos años, y Manuel Sacristán
nos lo recordó en varias ocasiones.





En un mundo así, donde a todos los niveles de lo público y
también en la vida privada se generalizan la hipocresía y el
cinismo, la recomendación de atender siempre a las prácticas
que acompañan a los discursos es doblemente importante.
Tampoco en esto nos defraudaría Manuel Sacristán

sábado, 28 de abril de 2007

JORGE RIECHMANN: UN VIVIR


Vivir es pasar

de una prisa a una urgencia

de un terror a un naufragio

de un golpe a otro


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pero solo vives

si en medio de ese tránsito

sabes construir un nido

JORGE RIECHMANN: UNO DE ONCE POETAS CRITICOS

MURO CON INSCRIPCIONES


Jorge Riechmann


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desear
que siga existiendo el mundo para que siga existiendo
TODA LA BELLEZA DEL MUNDO
es una ingenuidad

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A LA QUE NO RENUNCIAMOS




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Riechmann (Madrid, 1962) es poeta, ensayista y traductor literario; se gana la vida con la docencia y la investigación, entre la tarea universitaria, la actividad con los movimientos sociales (ecologismo, movimiento sindical) y su trabajo de escritor. En el año 2000 recibió el Premio Stendhal de traducción por su versión de Indagación de la base y de la cima de René Char, una de sus pasiones poéticas más constantes. Libros de poesía: Cántico de la erosión (1987), Cuaderno de Berlín (1989), Material móvil, precedido de 27 maneras de responder a un golpe (1993), Baila con un extranjero (1994), El corte bajo la piel (1994), Amarte sin regreso (1995), El día que dejé de leer EL PAÍS (1997), Muro con inscripciones (2000), La estación vacía (2000), Desandar lo andado (2001), Poema de uno que pasa (2003), Ahí (arte breve) (en prensa).

Muy sensible a la ética ha desarrollado una filosofía ecosocialista en una "triología de la autocontención" recogida en los libros "Un mundo vulnerable" , "Todos los animales somos hermanos" y "Gente que no quiere viajar a Marte" (reunidos en la editorial Los libros de la catarata)

Aparece en la antología "ONCE POETAS CRITICOS DE LA POESÍA ESPAÑOLA RECIENTE que coordinó Enrique Falcón y que edita Ediciones del Sol de Tenerife.

ENRIQUE FALCON: SIN TREGUA LA JUSTICIA PARA LA PAZ


"yo quiero oír
el alarido de la mariposa…"

Enrique FALCON

(poeta, militante critico por la justicia y la paz y humanista practicante de una deslenguada opción por los últimos)

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CUANDO VENGAN A BUSCARLE


Que le den un niño a cada árbol del bosque

para hacerse menta.

Que les pongan pies a las cruces del luto

y salgan, increíbles, a esperar a las visitas.

Que se escapen las novias

a su incendio de uñas pintadas.


Yo recuerdo su rostro encendido

en un arpa de tijeras y tormentas tropicales.

Que le vuelquen las manos

por detrás de la mortaja,

que señale al asesino, para que no vuelva

para que no espere

para que no salga.

viernes, 27 de abril de 2007

MARIBEL SANCHEZ: SASTRE DEL VERSO HONDO



N O C H E S

COLAPSADAS


No durmió aquella noche,

los gajos amargos de una fruta

más prohibida que la terrenal,

fueron ocupando la estancia

junto a ella como sombras fértiles

en la memoria, un desfile incesante

vagó en lentitud de ánimas sin escrúpulos.

No durmió aquella noche,

ni dormiría tantas otras.

MANAUT: PINTOR DE LO REAL


A Manaut
Que dejaran de ser pronto hombres
y su carne
prisionera de la carcomida existencia
olerá a descomposición
era tu profética
visión,
tú que para nada eras ajeno al sufrir,
a la cárcel,
a lo húmedo que muerde el descanso
y enmohece
más allá del alma
toda esperanza, la edad, los huesos.
A ti, pintor de lo real,
sin lágrimas ni rabia,
mi abrazo cálido,
la sal de mi silencio que abre un tunel de tu memoria al
aquí.
Aquí, donde renunciamos
a toda patraña,
a todo puerco y desastroso
machacar las articulaciones, la resistencia, el sentir.
Aquí y ahora,
que hace falta no olvidar las muertes inútiles,
los versos inútiles
como estos que extiendo con tiras de mi piel,
sin lágrimas sin rabia
sin desesperanza ni olvido.
Mi cálida tinta, mi cálido abrazo.
V. G.

GRUPO POETICO CAUDAL



Carmen Albertus, Concha Vidal y Asterio Sorribes (Asesores de Poesiapura) Maribel Sanchez, Viktor Gómez y Sandra Garrido

mediados de julio Año 2006





Jana (con David y Loren) Carmen Albertus, Viktor Gómez y Julio Obeso


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Por principio la amistad. Un quererse involuntario, como el respirar e inconcientemente sanador, revitalizador, venturoso...




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Bajo estas lineas poetas de Café Palabra (tertulia valenciana) con miembros del Grupo poético Caudal




















Desde Valladolid, Pilar Iglesias, desde Gijón Julio Obeso, desde Málaga Carmen Albertus, desde Torrevieja Sandra Garrido, desde Lérida Maribel Sanchez, desde Madrid-Palma de Mallorca-Granada Luis Oroz y desde Valencia Viktor Gómez estos internautas que tertulian sobre poesía y se apozan sobre el deseo y la niebla estan en la encrucijada del presente esculpiendo en la niebla un mapa hacia lo inefable, caminando sin camino, ebrios de otros mundos que en este son la fragmentación de sus caudales, los ríos de su memoria, las acequias de sus donaires y generosidades. Cercanos y distantes, distintos y afines. Sencillamente poetambres, hijos de las brisas y los vientos. Vulnerables al dolor de los mudos, a la sordera de los impasibles. Sensibles al querer desatendido, al abrazo impracticable, a las heridas de los humildes, de los exiliados, de las desesperadas gentes que nomadean un desierto sin paz ni agua.

Del temblor a la esperanza, entre el barullo y la más hundida soledad, insomnes, insombres, abiertos a la palabra convivida...




Luis Oroz





Julio Obeso, Carmen Albertus, Pilar Iglesias, Maribel Sanchez





Carmen Albertus, Maribel Sanchez, Julio Obeso, Viktor Gómez, Sandra Garrido

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Grupo de poetambres, sonambulos, zurdos, que ahítos de versos y
roncos de ceniza esparcen su sombra y su estupor, su alegre rebeldía, su pena de amor o sus ansias de libertad (para los oprimidos, para los olvidados, para las humilladas, para las repudiadas ...) y justicia entre los miles del enjambres del mediodía asolado en el que habitamos.

SANDRA GARRIDO: INDARK (II)


REALIZANDO LA BIOPSIA DE LAS LAGRIMAS A PILAR IGLESIAS


Realizando la biopsia de las lágrimas
en la inercia de una noche.
Tu corazón aúlla por exprimirse.
Los reflujos se desmiembran de sus ápices
y unas gotas abrasan los estigmas.

Sabes bien, como yo sé
la de muertes ineludibles,
siempre una emoción
sin sicario capaz de asesinarla.
Difícil desprenderse de los ojos
de otorgar clemencia a un sentimiento
que a veces, viven emancipados
en algún lugar donde la razón desconoce.
Que sencillo es fustigarnos
a la hora del desgaste.…
y moriremos.

Al abrir las alas dilatando las pupilas
será una luz suficiente
y mis brazos
para sostener tu lasitud.








MEDIOCRES (prosa)
Disimulados sonríen, inmediata y pusilánime existencia. Sorbo colorado, se aflojan el nudo de la nuez, saliva espesa, cuelga de su liana. El mayor esfuerzo, colocar un pie delante del otro, llegar al sitio de todos los días, capaces de elegir el color de un bolígrafo… ¡capaces hasta de respirar! No más allá del impulso involuntario. Infelices nada cambian, sus anhelos desérticos años atrás, nadie los habita. ¡Despertad de ese letargo! La vida no espera despertares. No se dan cuenta de su temprana muerte.

AMO A UNA MUJER DE LARGA CABELLERA





Amo a una mujer de larga cabellera

Como en un lago me hundo en su rostro suave

En su vientre mi frente boga con lentitud

Palpo muerdo acaricio volúmenes sedosos

Registro cavidades me esponjo de su zumo

Mujer pantano mío araña tenebrosa

Laberinto infinito tambor palacio extraño

Eres mi hermana única de olvido y abandono

Tus pechos y tus nalgas de dobles montes gemelos

me brindan la blancura de paloma gigante

El amor que nos damos es de noche en la noche

En rotundas crudezas la cama nos reúne

Se levantan columnas de olor y de respiros
Trituro masco sorbo me despeño

El deseo florece entre tumbas abiertas

Tumbas de besos bocas o moluscos

Estoy volando enfermo de venenos

Reinando en tus membranas errante y enviciado

Nada termina nada empieza todo es triunfo

de la ternura custodiada de silencio

El pensamiento ha huido de nosotros

Se juntan nuestras manos como piedras felices

Está la mente quieta como inmóvil palmípedo

Las horas se derriten los minutos se agotan

No existe nada más que agonía y placer
Placer tu cara no habla sino que va a caballo

sobre un mundo de nubes en la cueva del ser

Somos mudos no estamos en la vida ridícula

Hemos llegado a ser terribles y divinos

Fabricantes secretos de miel en abundancia

Se oyen los gemidos de la carne incansable

En un instante oí la mitad de mi nombre

saliendo repentino e tus dientes unidos

En la luz puede ver la expresión de tu faz

que parecías otra mujer en aquel éxtasis

La oscuridad me pone furioso no te veo

No encuentro tu cabeza y no sé lo que toco

Cuatro manos se van con sus dueño dormidos

y lejos de ellas vagan también los cuatro pies

Ya no hay dueños no hay más que suspenso y vacío

El barco del placer encalla en alta mar

¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Quién soy?

¿Quién eres?Para siempre abandono este interrogatorio

Ebrio hechizado loco a las puertas del morbo

grandiosa la pasión espero el turno fálico
De nuevo en una habitación estamos juntos

Desnudos estupendos cómplices de la Muerte.


CARLOS EDMUNDO DE ORY

TONI DE MELLO

Cuando el gorrión
hace su nido en el bosque,
no ocupa más que una rama.

Cuando el ciervo
apaga su sed en el río,
no bebe más que lo que le cabe.

Nosotros acumulamos cosas
porque tenemos el corazón vacío.


A. de Mello

ANTONIO MENDEZ RUBIO: HISTORIA DEL DAÑO




¿QUE RUINAS, CUERPOS

para no ver el fondo?

En verdad para siempre

ninguna imagen guarda

la sed más prometida.

La ausencia se asegura

desamparo. Silencio. Punto cero.

¿cómo olvidar al cabo aquel lugar

sereno en lo invisible,

incinerado solo por el sol,

esxtendido en la tierra que no existe?

jueves, 26 de abril de 2007

EDMUNDO DE ORY: POSTISMO (III)




Poeta y narrador español nacido en Cádiz en 1923.Hijo del poeta modernista Eduardo de Ory, es uno de los autores vanguardistas más singulares y revolucionarios del panorama español actual. Junto a Silvano Sernesi fundó en 1945 el Postismo, movimiento de avanzada, y desde entonces participa activamente en actividades surrealistas europeas. Es también ensayista, epigramista y traductor. Su obra ignorada por mucho tiempo, ha cobrado gran valor desde 1973, siendo traducida a diferentes idiomas.Desde 1953 viajó sucesivamente por Francia, Marruecos, Perú y Bruselas. Entre 1955 y 1967 fijó su residencia en París, y luego se trasladó definitivamente a Amiens como bibliotecario de la Maison de la Culture.De su obra se destacan títulos como «Técnica y llanto», «La flauta prohibida», «Los sonetos», «Lee sin temor», «Poesía abierta», «Metanoia» y «Aerolitos».




"Estos poemas que ud. me ha dejado, Carlos Edmundo de Ory, los hemos leído solamente tres personas: mis dos hijos y yo.
Mi hijo Víctor, el arquitecto, ha dicho:
- Estos poemas son de un genio.
Mi hijo Juan Pablo, el médico, ha dicho:
-Estos poemas son de un loco.
Y yo, acogiéndome a un término medio, dije sencillamente:
- Estos poemas son de un poeta."
Eugeni D'ors

EDMUNDO DE ORY: POSTISMO (II)


Y sufrimos

Damos vueltas y más vueltas en nuestro lecho de miseria

y debajo de ese lecho

está el cielo y no lo sabemos

CHUANG-TSE


Ofrezco generalmente parábolas

y muchas frases de viejos discursos,

un trago diario de vaso lleno,

sólo para que le rodee la luz de eternidad


EDMUNDO DE ORY: POSTISMO


EN UN CAFÉ

He vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste más triste que un tintero
Triste no soy o si lo soy no sé
la maldita razón porque no quiero
He vuelto ahora sin saber por qué
a estar triste en las calles de mi raza
He vuelto a estar más triste que un quinqué
más triste que una taza
Estoy sentado ahora en un café
y mi alma late late
de sed de no sé qué
tal vez de chocolate
No quiero esta tristeza medular
que nos da un golpe traidor en una tarde
Pide cerveza y basta de pensar
El cerebro está oscuro cuando arde.

GLORIA FUERTES: DECIR LO ESENCIAL


Foto: Lorenzo Gómez (11 años) Abril 2007




Hay que decir lo que hay que decir

pronto

de pronto

visceral del tronco;

Con las menos palabras posibles

que sean posibles los imposibles

hay que hablar poco y decir mucho

hay que hacer mucho

y que nos parezca poco:

arrancar el gatillo a las armas

por ejemplo

GONZALEZ FAUS: historia de lo real



" La tierra está dividida en tres únicos continentes:

el de las víctimas,
el de los indiferentes
y el de los comprometidos "

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José Ignacio González faus,
La Vanguardia, 6-11-2003

POESIA PERUANA ACTUAL


UNA HOJA EN EL INVIERNO

MIENTRAS DUERMES mi mano
escribe sobre tu cuerpo
una palabra.
Y al escribirla tiemblas
como una hoja en el invierno.
Cuando despiertes mi mano
habrá borrado esa palabra.
Entonces será tuya.

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ALBADALA

NOCHE es sólo un parpadeo
azul en la memoria. Su luz
nunca se ha ido: es tu cuerpo.
Tu cuerpo que ahora despierta
y canta profundo en mi cuerpo.



Pregunta: ¿Cuál es la visión y experiencia que posee en la actualidad sobre el acto de crear? ¿En qué medida dicha visión y experiencia ha variado con el paso del tiempo?

Respuesta: A diferencia de la reflexión científica -encaminada a encontrar verdades, aunque sean provisionales- la reflexión sobre el acto creativo se encuentra encaminada (estuve a punto de escribir condenada ) a formular preguntas. Naturalmente, estas preguntas dialogan con aquellas que son formuladas desde el pasado, desde otras lenguas e, incluso, desde otras disciplinas, incluyendo, por qué no, a las científicas. Son ellas las que delinean el modo en que inscribimos nuestra vida y nuestro lenguaje en la existencia. ¿En qué medida esta visión y esta experiencia han variado con el tiempo? Sólo puedo decir que las preguntas que he venido haciendo desde que publiqué mi primer libro, lejos de agotarse, se han renovado y abismado. Parafraseando a Bécquer podría decir que mientras no existan respuestas en el mundo, habrá poesía.





Eduardo Chirinos. Lima, 1960.


Ha publicado Cuadernos de Horacio Morell (1981), Crónicas de un ocioso (1983), Archivo de huellas digitales (1985), Sermón sobre la muerte (Madrid, 1986), Rituales del conocimiento y del sueño (Madrid, 1987), El libro de los encuentros (1988), Canciones del herrero del arca (1989), Recuerda, cuerpo... (1991), El equilibrista de Bayard Street (1998) y Abecedario del agua (Valencia, 2000).























"TE HAS ARRODILLADO DESNUDO EN LA LOSA..."



TE HAS ARRODILLADO desnudo en la losa






y has observado largamente tu propia mierda,






Eduardo, Eduardo,






luego de tres días sin comer has vaciado tu cuerpo






y lo has visto como a un manso animal






descansando al borde de la carretera.






Estás desnudo, Eduardo, Eduardo,






has acariciado torpemente la bola de






cristal y nada has visto,






apenas un fragor de caballos quebrando la pista,






apenas tus huesos podridos flotando en el mar.






Estás solo, Eduardo, Eduardo,






ahora es el momento de cerrar los ojos






y rascar con la uña la vana superficie






del espejo, ahora es el momento






de romper medallas y escupir los retratos de la B. de Portinari.




Tus genitales señalan al sur, Eduardo, Eduardo,






la flecha impostora desvía bandadas de pájaros que equivocan el camino






y juntas las palmas de las manos hasta procurar el fuego;






así es el mundo, Eduardo, Eduardo,






el mundo que hace del amor un grito inescuchable,






el mundo que hace del amor una ventana rota.




La mitad del mundo es tuya






y la otra del demonio, Eduardo, Eduardo,






mas la otra es una malla de cobre donde cuelgan las palabras






vacías como cajas de cartón en espera de ser utilizadas.






Has plagiado un verso, Eduardo, Eduardo,






te has inclinado ante tu propia mierda






a desclavar estacas y volverlas a clavar,






te has observado inútilmente en el espejo






hasta saber que ahora es el momento de decir unas palabras.






No sea que despierte el manso animal






que descansa al borde de la carretera






y lo atropellen.

POESIA PERUANA ACTUAL




FALSA POÉTICA (EL ENEMIGO)


No sueño ya con este espacio neutro, el de la palabra
y no he podido ver sino lo que pertenece ahora
a los recuerdos, en la otra banda de lo corporal.

Digo entonces: ¿qué será de mí cuando termine la noche
y qué es lo que soy en ella, esto que contemplo
y ríe insoportablemente?

(En un peldaño oscuro del lenguaje o en el fondo del pozo
como en una frágil estrategia de las apariencias, mis sentidos
son sólo estos sentidos fijos en la bóveda,
y mi lengua es ahora la del enemigo).



Jorge Frisancho. Barcelona, 1967. Ha publicado Reino de la necesidad (1988) y Estudios sobre un cuerpo (1991).

LA (AUTO)MIRADA DE UN FILOSO REVOLUCIONARIO


La primera mirada por la ventana al despertarse
el viejo libro vuelto a encontrar
rostros entusiasmados
nieve, el cambio de estaciones
el periódico
el perro
la dialéctica,
ducharse, nadar
música antigua
zapatos cómodos
comprender
música nueva
escribir, plantar
viajar
cantar
ser amable

Bertold Brech (1956) "Satisfacciones"

ENTREVISTA A EUGENIO TRIAS


-Fue miembro del Opus Dei y del Partido Comunista. ¿Los echa de menos?
-Ni a uno ni al otro.
-¿Por qué dejó el Opus?
-Era muy joven. Inicialmente me ilusionaron muchas de sus propuestas, pero luego me llevé un gran desengaño.
-¿En qué sentido?
-Lo cuento en mi libro «El árbol de la vida». Remito allí a los interesados en la respuesta.
-¿Y el Partido Comunista?
-Es una encarnación en el siglo XX de lo que predijo Dostoievski cuando escribió su novela «Los demonios». Un instrumento de poder nocivo. Lo único que ha generado es sociedades terribles. Aconsejo muy vivamente una película, «La vida de los otros», para que se sepa qué tipo de sociedad de delación, espionaje y violaciones de la privacidad construyó el comunismo. Al principio me atrajo como una forma de oposición al franquismo, pero la decepción fue fulminante.
-En Francia hay una corriente que habla del «decrecimiento», de la necesidad de echar el freno frente a esta sociedad hiperactiva.
-No tenía ni idea, pero yo me he pasado toda la vida frenando.
-¿Pero ésta es una sociedad hiperactiva?
-Yo no la definiría así.
-Pues defínala.
-Se necesitarían muchos libros para poder definirla.
-¿El filósofo es necesario?
-En la misma medida que lo son el poeta, el músico o el pintor. Ejercemos actividades que espontáneamente generan nuestra sensibilidad y nuestra mente. Por tanto, más que una necesidad la filosofía responde a un deseo vinculado a nuestra facultad más importante: la inteligencia. Y la inteligencia no se contenta sólo con las formas de conocimiento que proporcionan la ciencia y la tecnología. También plantea unas cuestiones que exigen una elaboración conceptual de la que se encarga la filosofía. Estamos en un mundo con gran necesidad de pensamiento; pero quizá esta demanda puede ser respondida mejor en sociedades con niveles de educación más fuertes. Aquí, en España, estamos en precario y por eso no se siente de forma prioritaria esta urgencia.
-¿Pero el filósofo debe incidir en la ciudad a la manera de Platón o ir por libre?
-El filósofo ha de ir siempre por libre. Precisamente, si va por libre puede tener una verdadera incidencia en la ciudad.
-¿Los científicos dejan sin asuntos a los filósofos?
-Al revés. Nos están suministrando nuevos temas. La ciencia lúcida, la que no entra en el delirio, conoce sus limitaciones extraordinarias. La interacción ciencia-filosofía es fecunda. Ahora más que nunca. Es una aberración pensar que los científicos nos están quitando temas. Más bien, al contrario. La astrofísica o la cosmología plantean enigmas sobre el origen del universo, pero se quedan a las puertas.
-Hablando de orígenes, ¿Darwin es compatible con el creacionismo?
-No sé qué es el «creacionismo» y todo depende de qué entendamos por Darwin. Hay un tema impresionante, que es la Teoría de la Evolución de Darwin, sobre la que se sustentan muchas concepciones sobre la vida y el universo. Es una manera legítima, y quizá la más persuasiva, de enfocar el origen de las especies. Otro asunto es el teológico, que está relacionado con el destino del hombre, el sentido de la vida, la relación del hombre con Dios. Éstos son temas que están más allá de la jurisdicción de la ciencia.
-¿Es usted un metafísico?
-Si entiende por ello la necesidad de postular una creencia allá donde no llegan nuestros datos racionales, sí planteo que tanto la afirmación como la negación se mueven en el terreno de la creencia. Tan metafísico es un ateo como un agnóstico o un creyente. Yo hablo de razón fronteriza, una razón repensada para afrontar este tipo de cuestiones. Es responsabilidad suya plantear esta cuestión. Sólo desde la mala fe o de la frivolidad se puede decir que no es una cuestión que deba preocuparnos.
-¿Pero le molesta la dialéctica entre científicos y teólogos?
-A ver. La idea del «big bang» la inventa un jesuita. No hay tal conflicto. Hay científicos que abonan una orientación agnóstica o atea y otros muchos que son creyentes.
-¿Qué le sugiere esta cosa de vivir?
-Soy de la escuela platónica. Vivir me provoca asombro. El asombro es la emoción con la que despunta la filosofía. La filosofía es una emoción ante el hecho de ser. La cuestión del ser, por mucho que se quiera evitar, es la gran cuestión filosófica.
-¿Qué le emociona?
-Casi todo. Los vínculos, las carencias, las relaciones, las amistades, los amores. Lo bueno y lo malo. La maldad también me emociona. Más bien, me indigna.
-¿Se están deteriorando las relaciones en este mundo que va tan rápido?
-Ésa es una apreciación superficial. Creo más bien en la imagen de un caleidoscopio: hay una cierta rapidez en imágenes que se disuelven y se deconstruyen, pero no creo que nuestra vida sea muy distinta de la de nuestros antepasados. Según y cómo, a lo mejor los procesos son lentísimos.
-¿Qué opina de Bueno?
-Le aprecio muchísimo. Sigue una ruta propia, muy distinta de la mía, pero reconozco su forma de pensamiento y la aprecio.
-¿El pensamiento crítico está en horas bajas?
-Existirá siempre. Hoy existe la posibilidad de una cierta duda. Antes triunfaba el pensamiento dogmático, por ejemplo, en épocas en que el marxismo tenía mucha presencia, o con el positivismo lógico o la primera filosofía analítica. Son precisamente las formas dogmáticas de pensamiento, tanto en la izquierda como en la derecha, las que están en horas bajas.
-¿Existen la derecha y la izquierda?
-Ésa es una forma muy elemental de distinguir actitudes. No se puede simplificar en el sentido de establecer una línea cerrada.
-No hay derecha e izquierda, pero sí arriba y abajo.
-Hay un conflicto secular que ya encontramos en las ciudades griegas y romanas, y que sigue en la Edad Media y la Modernidad. Las dualidades son inherentes a las distintas formas de mundo; pero hay, por fortuna, un predominio hacia una convergencia democrática, aunque a corto plazo no se adivina esa posibilidad real en algunas sociedades.
-¿Cuando Samuel Hungtinton habla del choque de civilizaciones está practicando una forma de racismo?
-No, practica una cierta forma de interpretación errónea de la diversidad cultural. Lo tremendo es que haya políticos como Bush que sigan su orientación. Hay que aceptar la diversidad cultural y fomentar que algunas sociedades evolucionen hacia un marco democrático, pero por la vía pacífica de la persuasión, nunca por la vía de la guerra, que lleva al desastre.
-¿Cuál es el problema del Islam?
-La presión de Estados Unidos fomenta el extremismo, pero, por otro lado, el Islam tiene que cambiar radicalmente en su manera de entender las relaciones entre hombres y mujeres.
-Está muy vinculado al mundo del periodismo. ¿Llega el fin de la era de la prensa?
-No, yo veo mayor diversidad, aunque sí es posible que haya que reorientar la oferta.
-¿Por la competencia de internet?
-Habrá que buscar un nuevo acomodo, como la pintura tuvo que buscarlo cuando surgió la fotografía. Estas cosas no anuncian una defunción, sino una reorganización. Igual se pierden lectores, pero los que quedan son de más calidad. Ocurre lo mismo con el turismo: se puede optar por un turismo masivo o por otro de calidad. El turismo que va a Venecia es de mucha calidad.
-¿Así será el lector dentro de veinte años?
-Tal vez, pero no soy profeta.
-Ha escrito dos ensayos sobre «Vértigo», la película de Alfred Hitchcock. Una curiosidad: ¿cuántas veces la ha visto?
-No sé. He perdido la cuenta.

EUGENIO TRIAS MINI-BIO


El filósofo del límite

Estudia filosofía en la Universidad de Barcelona,
prosiguiendo después los estudios en las de Pamplona,
Madrid, Bonn y Colonia. En 1964, con la presentación
de la tesis de licenciatura "Alma y Bien según Platón",
consigue un puesto de profesor ayudante y profesor
adjunto de Filosofía en las Universidades Central y
Autónoma de Barcelona entre 1965 y 1970.
En 1969 publica su primer libro, La filosofía y su sombra.
Le siguen obras como Filosofía y Carnaval
o Lo bello y lo siniestro, que a pesar de que apuntan
ya a una filosofía del límite se quedan en la constatación
de los márgenes que comparte la filosofía
con sus diversas sombras. No es sino a partir de
Los límites del mundo que el límite se sitúa en el centro
de la obra de Eugenio Trías, tornándose un concepto fecundo.
A partir de aquí las obras van cayendo una tras otra
esbozando lo que va a ser un sistema, el proyecto de la
filosofía del límite.
Por aquellos años, Trías había conseguido un puesto
en 1976 como profesor de Estética y Composición en la
Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona,
donde obtendrá la cátedra en 1986. Finalmente, desde 1992
Eugenio Trías imparte clases en la facultad de Humanidades
de la Universidad Pompeu Fabra. En 2001 Ciudad sobre ciudad
vino a compendiar y resumir el proyecto de la filosofía del límite.
Así, vista su filosofía como la fundación de una ciudad
de cuatro sectores,
Lógica del límite caería dentro del de la estética,
La edad del espíritu dentro del de la religión,
"la cita con lo sagrado",
La razón fronteriza dentro del de la teoría del conocimiento
y Ética y condición humana dentro del de la ética,
"la naturaleza del ser del límite (el hombre) en su vertiente
práctica y cívico-política".
Eugenio Trías fue galardonado en 1995
con el XIII premio internacional Friedrich Nietzsche ,
que se otorga a toda una carrera.

ANTONIO MENDEZ: Entre. A la Intemperie


" Umbral negado de lo visto:
trayecto de sol movedizo
siempre en mitad de la tarea."


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"NO APALABRAR


gritar hacer

que el mundo no

sea una vez más el mundo

miércoles, 25 de abril de 2007

ANA MARIA ESPINOSA Y CARLOS HERRERA


" La inteligencia creadora tiene tres metas: explicar, transfigurar, transformar. Tenemos pues, tarea " J. A. MARINA (filosofo, investigador privado, pedagogo)
--

Tomo el tren
y viajo por un paisaje nevado,
a través de los renglones de tu historia
y ¡siento un frío del infierno!.
Una luz entre la ventisca
de desbocados caballos,
me deja en la próxima estación,
donde otro libro de estupor
aguarda.
Ana Mª Espinosa (replica a un poemita de su amigo V.G.)

EL DESIERTO DE LA SED



- ¿Y si el desierto
no fuese más que
polvo de cielo
destruido? -

Edmon Jabès

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¿El desierto, para nosotros?. Era lo que nacía en nosotros. Lo que aprendíamos sobre nosotros mismos.

Antoine de Saint- Exupéry


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Cuando has conocido el desierto, le quedas deudor para siempre por una prueba benéfica, la que te prescribe olvidar.

El silencio del desierto te desnuda. Y con eso te vuelves tu mismo. O sea, nada. Pero una nada que escucha.

Edmon Jabès

EL HOMBRE QUE PLANTABA AROLES (Jean Giono)


Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no cabe equivocación posible.

Hace cuarenta años hice un largo viaje a pie a través de montañas completamente desconocidas por los turistas, atravesando la antigua región donde los Alpes franceses penetran en la Provenza. Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color, y la única cosa que crecía era la planta conocida como lavanda silvestre.

Cuando me aproximaba al punto más elevado de mi viaje, y tras caminar durante tres días, me encontré en medio de una desolación absoluta y acampé cerca de los vestigios de un pueblo abandonado. Me había quedado sin agua el día anterior, y por lo tanto necesitaba encontrar algo de ella. Aquel grupo de casas, aunque arruinadas como un viejo nido de avispas, sugerían que una vez hubo allí un pozo o una fuente. La había, desde luego, pero estaba seca. Las cinco o seis casas sin tejados, comidas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con su campanario desmoronándose, estaban allí, aparentemente como en un pueblo con vida, pero ésta había desaparecido.
Era un día de junio precioso, brillante y soleado, pero sobre aquella tierra desguarnecida el viento soplaba, alto en el cielo, con una ferocidad insoportable. Gruñía sobre los cadáveres de las casas como un león interrumpido en su comida... Tenía que cambiar mi campamento.
Tras cinco horas de andar, todavía no había hallado agua y no existía señal alguna que me diera esperanzas de encontrarla. En todo el derredor reinaban la misma sequedad, las mismas hierbas toscas. Me pareció vislumbrar en la distancia una pequeña silueta negra vertical, que parecía el tronco de un árbol solitario. De todas formas me dirigí hacia él. Era un pastor. Treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la ardiente tierra.
Me dio un sorbo de su calabaza-cantimplora, y poco después me llevó a su cabaña en un pliegue del llano. Conseguía el agua -agua excelente- de un pozo natural y profundo encima del cual había construido un primitivo torno.
El hombre hablaba poco, como es costumbre de aquellos que viven solos, pero sentí que estaba seguro de sí mismo, y confiado en su seguridad. Para mí esto era sorprendente en ese país estéril. No vivía en una cabaña, sino en una casita hecha de piedra, evidenciadora del trabajo que él le había dedicado para rehacer la ruina que debió encontrar cuando llegó. El tejado era fuerte y sólido. Y el viento, al soplar sobre él, recordaba el sonido de las olas del mar rompiendo en la playa.
La casa estaba ordenada, los platos lavados, el suelo barrido, su rifle engrasado, su sopa hirviendo en el fuego. Noté que estaba bien afeitado, que todos sus botones estaban bien cosidos y que su ropa había sido remendada con el meticuloso esmero que oculta los remiendos. Compartimos la sopa, y después, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo que no fumaba. Su perro, tan silencioso como él, era amigable sin ser servil.
Desde el principio se daba por supuesto que yo pasaría la noche allí. El pueblo más cercano estaba a un día y medio de distancia. Además, ya conocía perfectamente el tipo de pueblo de aquella región... Había cuatro o cinco más de ellos bien esparcidos por las faldas de las montañas, entre agrupaciones de robles albares, al final de carreteras polvorientas. Estaban habitadas por carboneros, cuya convivencia no era muy buena. Las familias, que vivían juntas y apretujadas en un clima excesivamente severo, tanto en invierno como en verano, no encontraban solución al incesante conflicto de personalidades. La ambición territorial llegaba a unas proporciones desmesuradas, en el deseo continuo de escapar del ambiente. Los hombres vendían sus carretillas de carbón en el pueblo más importante de la zona y regresaban. Las personalidades más recias se limaban entre la rutina cotidiana. Las mujeres, por su parte, alimentaban sus rencores. Existía rivalidad en todo, desde el precio del carbón al banco de la iglesia. Y encima de todo estaba el viento, también incesante, que crispaba los nervios. Había epidemias de suicidio y casos frecuentes de locura, a menudo homicida.

Había transcurrido una parte de la velada cuando el pastor fue a buscar un saquito del que vertió una montañita de bellotas sobre la mesa. Empezó a mirarlas una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en mi pipa. Me ofrecí para ayudarle. Pero me dijo que era su trabajo. Y de hecho, viendo el cuidado que le dedicaba, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando ya hubo separado una cantidad suficiente de bellotas buenas, las separó de diez en diez, mientras iba quitando las más pequeñas o las que tenían grietas, pues ahora las examinaba más detenidamente. Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, descansó y se fue a dormir.


Se sentía una gran paz estando con ese hombre, y al día siguiente le pregunté si podía quedarme allí otro día más. Él lo encontró natural, o para ser más preciso, me dio la impresión de que no había nada que pudiera alterarle. Yo no quería quedarme para descansar, sino porque me interesó ese hombre y quería conocerle mejor. Él abrió el redil y llevó su rebaño a pastar. Antes de partir, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua.
Me di cuenta de que en lugar de cayado, se llevó una varilla de hierro tan gruesa como mi pulgar y de metro y medio de largo. Andando relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Su rebaño se quedó en un valle. Él lo dejó a cargo del perro, y vino hacia donde yo me encontraba. Tuve miedo de que me quisiera censurarme por mi indiscreción, pero no se trataba de eso en absoluto: iba en esa dirección y me invitó a ir con él si no tenía nada mejor que hacer. Subimos a la cresta de la montaña, a unos cien metros.
Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la tierra, haciendo un agujero en el que introducía una bellota para cubrir después el agujero. Estaba plantando un roble. Le pregunté si esa tierra le pertenecía, pero me dijo que no. ¿Sabía de quién era?. No tampoco. Suponía que era propiedad de la comunidad, o tal vez pertenecía a gente desconocida. No le importaba en absoluto saber de quién era. Plantó las bellotas con el máximo esmero. Después de la comida del mediodía reemprendió su siembra. Deduzco que fui bastante insistente en mis preguntas, pues accedió a responderme. Había estado plantado cien árboles al día durante tres años en aquel desierto. Había plantado unos cien mil. De aquellos, sólo veinte mil habían brotado. De éstos esperaba perder la mitad por culpa de los roedores o por los designios imprevisibles de la Providencia. Al final quedarían diez mil robles para crecer donde antes no había crecido nada.
Entonces fue cuando empecé a calcular la edad que podría tener ese hombre. Era evidentemente mayor de cincuenta años. Cincuenta y cinco me dijo. Su nombre era Elzeard Bouffier. Había tenido en otro tiempo una granja en el llano, donde tenía organizada su vida. Perdió su único hijo, y luego a su mujer. Se había retirado en soledad, y su ilusión era vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro. Opinaba que la tierra estaba muriendo por falta de árboles. Y añadió que como no tenía ninguna obligación importante, había decidido remediar esta situación.
Como en esa época, a pesar de mi juventud, yo llevaba una vida solitaria, sabía entender también a los espíritus solitarios. Pero precisamente mi juventud me empujaba a considerar el futuro en relación a mí mismo y a cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió sencillamente que, si Dios le conservaba la vida, en treinta años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gotita de agua en el mar.
Además, ahora estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un semillero con hayucos creciendo cerca de su casita. Las plantitas, que protegía de las ovejas con una valla, eran preciosas. También estaba considerando plantar abedules en los valles donde había algo de humedad cerca de la superficie de la tierra.
Al día siguiente nos separamos.




Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado durante los siguientes cinco años. Un «soldado de infantería» apenas tenía tiempo de pensar en árboles, y a decir verdad, la cosa en sí hizo poca impresión en mí. La había considerado como una afición, algo parecido a una colección de sellos, y la olvidé.
Al terminar la guerra sólo tenía dos cosas: una pequeña indemnización por la desmovilización, y un gran deseo de respirar aire fresco durante un tiempo. Y me parece que únicamente con este motivo tomé de nuevo la carretera hacia la «tierra estéril».
El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá del pueblo abandonado, vislumbré en la distancia un cierto tipo de niebla gris que cubría las cumbres de las montañas como una alfombra. El día anterior había empezado de pronto a recordar al pastor que plantaba árboles. «Diez mil robles -pensaba- ocupan realmente bastante espacio». Como había visto morir a tantos hombres durante aquellos cinco años, no esperaba hallar a Elzeard Bouffier con vida, especialmente porque a los veinte años uno considera a los hombres de más de cincuenta como personas viejas preparándose para morir... Pero no estaba muerto, sino más bien todo lo contrario: se le veía extremadamente ágil y despejado: había cambiado sus ocupaciones y ahora tenía solamente cuatro ovejas, pero en cambio cien colmenas. Se deshizo de las ovejas porque amenazaban los árboles jóvenes. Me dijo -y vi por mí mismo- que la guerra no le había molestado en absoluto. Había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1.910 tenían entonces diez años y eran más altos que cualquiera de nosotros dos. Ofrecían un espectáculo impresionante. Me quedé con la boca abierta, y como él tampoco hablaba, pasamos el día en entero silencio por su bosque. Las tres secciones medían once kilómetros de largo y tres de ancho. Al recordar que todo esto había brotado de las manos y del alma de un hombre solo, sin recursos técnicos, uno se daba cuenta de que los humanos pueden ser también efectivos en términos opuestos a los de la destrucción...
Había perseverado en su plan, y hayas más altas que mis hombros, extendidas hasta el límite de la vista, lo confirmaban. me enseñó bellos parajes con abedules sembrados hacía cinco años (es decir, en 1.915), cuando yo estaba luchando en Verdún. Los había plantado en todos los valles en los que había intuido -acertadamente- que existía humedad casi en la superficie de la tierra. Eran delicados como chicas jóvenes, y estaban además muy bien establecidos.
Parecía también que la naturaleza había efectuado por su cuenta una serie de cambios y reacciones, aunque él no las buscaba, pues tan sólo proseguía con determinación y simplicidad en su trabajo. Cuando volvimos al pueblo, vi agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos en la memoria de todos los hombres de aquella zona. Este fue el resultado más impresionante de toda la serie de reacciones: los arroyos secos hacía mucho tiempo corrían ahora con un caudal de agua fresca. Algunos de los pueblos lúgubres que menciono anteriormente se edificaron en sitios donde los romanos habían construido sus poblados, cuyos trazos aún permanecían. Y arqueólogos que habían explorado la zona habían encontrado anzuelos donde en el siglo XX se necesitaban cisternas para asegurar un mínimo abastecimiento de agua.
El viento también ayudó a esparcir semillas. Y al mismo tiempo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores y una cierta razón de existir. Pero la transformación se había desarrollado tan gradualmente que pudo ser asumida sin causar asombro. Cazadores adentrándose en la espesura en busca de liebres o jabalíes, notaron evidentemente el crecimiento repentino de pequeños árboles, pero lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entrometió con el trabajo de Elzeard Bouffier. Si él hubiera sido detectado, habría tenido oposición. Pero era indetectable. Ningún habitante de los pueblos, ni nadie de la administración de la provincia, habría imaginado una generosidad tan magnífica y perseverante.






Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeard trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste.
En 1.933 recibió la visita de un guardabosques que le notificó una orden prohibiendo encender fuego, por miedo a poner en peligro el crecimiento de este bosque natural. Esta era la primera vez -le dijo el hombre- que había visto crecer un bosque espontáneamente. En ese momento, Bouffier pensaba plantar hayas en un lugar a 12 Km. de su casa, y para evitar las ideas y venidas (pues contaba entonces 75 años de edad), planeó construir una cabaña de piedra en la plantación. Y así lo hizo al año siguiente.
En 1.935 una delegación del gobierno se desplazó para examinar el «bosque natural». La componían un alto cargo del Servicio de Bosques, un diputado y varios técnicos. Se estableció un largo diálogo completamente inútil, decidiéndose finalmente que algo se debía hacer... y afortunadamente no se hizo nada, salvo una única cosa que resultó útil: todo el bosque se puso bajo la protección estatal, y la obtención del carbón a partir de los árboles quedó prohibida. De hecho era imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquellos jóvenes árboles llenos de energía, que a buen seguro hechizaron al diputado.
Un amigo mío se encontraba entre los guardabosques de esa delegación y le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente fuimos a ver a Elzeard Bouffier. Lo encontramos trabajando duro, a unos diez kilómetros de donde había tenido lugar la inspección.
El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía cómo mantenerse en silencio. Yo le entregué a Elzeard los huevos que traía de regalo. Compartimos la comida entre los tres y después pasamos varias horas en contemplación silenciosa del paisaje...
En la misma dirección en la que habíamos venido, las laderas estaban cubiertas de árboles de seis a siete metros de altura. Al verlos recordaba aún el aspecto de la tierra en 1.913, un desierto... y ahora, una labor regular y tranquila, el aire de la montaña fresco y vigoroso, equilibrio y, sobre todo, la serenidad de espíritu, habían otorgado a este hombre anciano una salud maravillosa. Me pregunté cuántas hectáreas más de tierra iba a cubrir con árboles.
Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugerencia breve sobre ciertas especies de árboles para los que el suelo de la zona estaba especialmente preparado. No fue muy insistente; «por la buena razón -me dijo más tarde- de que Bouffier sabe de ello más que yo». Pero, tras andar un rato y darle vueltas en su mente, añadió: «¡y sabe mucho más que cualquier persona, pues ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!».
Fue gracias a ese hombre que no sólo la zona, sino también la felicidad de Bouffier fue protegida. Delegó tres guardabosques para el trabajo de proteger la foresta, y les conminó a resistir y rehusar las botellas de vino, el soborno de los carboneros.
El único peligro serio ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Como los coches funcionaban con gasógeno, mediante generadores que quemaban madera, nunca había leña suficiente. La tala de robles empezó en 1.940, pero la zona estaba tan lejos de cualquier estación de tren que no hubo peligro. El pastor no se enteraba de nada. Estaba a treinta kilómetros, plantando tranquilamente, ajeno a la guerra de 1.939 como había ignorado la de 1.914.
Vi a Elzeard Bouffier por última vez en junio de 1.945. Tenía entonces ochenta y siete años. Volví a recorrer el camino de la «tierra estéril»; pero ahora en lugar del desorden que la guerra había causado en el país, un autobús regular unía el valle del Durance y la montaña. No reconocí la zona, y lo atribuí a la relativa rapidez del autobús... Hasta que vi el nombre del pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región, donde antes sólo había ruinas y soledad.
El autobús me dejó en Vergons. En 1.913 este pueblecito de diez o doce casas tenía tres habitantes, criaturas algo atrasadas que casi se odiaban una a otra, subsistiendo de atrapar animales con trampas, próximas a las condiciones del hombre primitivo. Todos los alrededores estaban llenos de ortigas que serpenteaban por los restos de las casas abandonadas. Su condición era desesperanzadora, y una situación así raramente predispone a la virtud.
Todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que solían soplar, ahora corría una brisa suave y perfumada. Un sonido como de agua venía de la montaña. Era el viento en el bosque; pero más asombro era escuchar el auténtico sonido del agua moviéndose en los arroyos y remansos. Vi que se había construido una fuente que manaba con alegre murmullo, y lo que me sorprendió más fue que alguien había plantado un tilo a su lado, un tilo que debería tener cuatro años, ya en plena floración, como símbolo irrebatible de renacimiento.
Además, Vergons era el resultado de ese tipo de trabajo que necesita esperanza, la esperanza que había vuelto. Las ruinas y las murallas ya no estaban, y cinco casas habían sido restauradas. Ahora había veinticinco habitantes. Cuatro de ellos eran jóvenes parejas. Las nuevas casas, recién encaladas, estaban rodeadas por jardines donde crecían vegetales y flores en una ordenada confusión. Repollos y rosas, puerros y margaritas, apios y anémonas hacían al pueblo ideal para vivir.
Desde ese sitio seguí a pie. La guerra, al terminar, no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero el espíritu de Elzeard permanecía allí. En las laderas bajas vi pequeños campos de cebada y de arroz; y en el fondo del valle verdeaban los prados.
Sólo fueron necesarios ocho años desde entonces para que todo el paisaje brillara con salud y prosperidad. Donde antes había ruinas, ahora se encontraban granjas; los viejos riachuelos, alimentados por las lluvias y las nieves que el bosque atrae, fluían de nuevo. Sus aguas alimentaban fuentes y desembocan sobre alfombras de menta fresca. Poco a poco, los pueblecitos se habían revitalizado. Gentes de otros lugares donde la tierra era más cara se habían instalado allí, aportando su juventud y su movilidad. Por las calles uno se topaba con hombres y mujeres vivos, chicos y chicas que empezaban a reír y que habían recuperado el gusto por las excursiones. Si contábamos la población anterior, irreconocible ahora que gozaba de cierta comodidad, más de diez mil personas debían en parte su felicidad a Elzeard Bouffier.
Por eso, cuando reflexiono sobre aquel hombre armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales, capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canán, me convenzo de que a pesar de todo la humanidad es admirable. Cuando reconstruyo la arrebatadora grandeza de espíritu y la tenacidad y benevolencia necesaria para dar lugar a aquel fruto, me invade un respeto sin límites por aquel hombre anciano y supuestamente analfabeto, un ser que completó una tarea digna de Dios.
(Elzeard Bouffier murió pacíficamente en 1.947 en el hospicio de Banon).