lunes, 15 de octubre de 2007

NATALIA GINZBURG: Memoria del esposo preso

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El poema que hoy presento fue escrito por Natalia Ginzburg cuando Leone, su marido, estaba preso por la Gestapo, fue torturado y asesinado en la prisión de Regina Coeli. Desde que su esposo es arrestado hasta su muerte, Natalia no pudo verle (del 20 de noviembre de 1943 al 5 de febrero de 1944).

Mientras transcribía el poema un rumor lejano de hojarasca tensó el alma de la noche. Crujía como una madera seca arrancada tempranamente del árbol.


V.G.



---------------------------- Lienzo de Edward Hopper, Chair Car, 1965


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BIOGRAFIA desde Wikipedia






Natalia Levi nació en Palermo en el seno de una familia de origen triestino. Su padre, Giuseppe Levi, era un profesor universitario de Medicina y llegó a tener gran reputación. Tanto él como sus tres hermanos serán apresados y procesados por sus ideas antifascistas.




La infancia y adolescencia de la escritora transcurrió en
Turín. Hija de padre librepensador y madre cristiana, tuvo una formación atea. En 1933 publica su primer cuento, I bambini (Los niños), publicado en la revista "Solaria". En 1938 se casa con Leone Ginzburg, un intelectual comunista de origen ruso. El matrimonio Ginzburg se relaciona con los intelectuales antifascistas turineses, especialmente los relacionados con la editorial Einaudi, con la que Leone Ginzburg colaboraba desde 1933. Entre otros, mantendrán gran amistad con Cesare Pavese.



En 1940 se traslada con su marido a un pueblo de los Abruzzos donde este último había sido desterrado por las autoridades fascistas. Allí permanecerá hasta 1943.
Con el pseudónimo de Alessandra Tornimparte publica
1942 su primera novela, titulada La strada che va in città, que reeditará en 1945 ya con su firma definitiva, Natalia Ginzburg. En España actualmente existe una traducción en el mercado de Arantxa Iturrioz ("El camino que va a la ciudad", Bassarai, 1997).



Tras la muerte de su marido en la cárcel de Regina Coeli de Roma, Natalia Ginzburg regresa en 1944 a Turín. Al término de la II Guerra Mundial comienza a trabajar en la editorial Einaudi.



En 1947 publica su segunda novela È stato così, con el que gana el premio "Tempo".
En
1950 se casa con el profesor universitario Gabriele Baldini, que será nombrado director del "Istituto Italiano di Cultura" en Londres.



En 1952 publica Tutti i nostri ieri , en 1957 el libro de cuentos Valentino (premio Viareggio) y la novela Sagittario, en 1961 Le voci della sera.
En
1963 gana el prestigioso premio Strega con Léxico familiar, novela autobiográfica con la que consiguió también un gran éxito de ventas. Ese mismo año hizo su único papel en el cine, en la película de Pier Paolo Pasolini: El Evangelio según San Mateo, en la que interpretó a María de Betania.



En 1969 muere su marido. Ella continua con su escritura, cada vez más interesada en el microcosmos de las relaciones familiares: Caro Michele (1973), Famiglia (1977), la novela epistolar La città e la casa (1984), La famiglia Manzoni (1983).
Otras facetas en las que destacó fue como autora de comedias teatrales y traductora: entre las primeras, destacan títulos como Ti ho sposato per allegria (
1970) o Paese di mare (1972). Sus traducciones más celebradas son las que realizó del francés (obras de Marcel Proust y Gustave Flaubert).



Murió en Roma la noche de 6 al 7 de octubre de 1991.









Leone y Natalia Ginzburg


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------------- Carta de natalia a su esposo, Leone Ginzburg






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MEMORIA





La gente va y viene por las calles,

hace sus compras, camina a sus asuntos

con los rostros vulgares y felices,

con el grato bullicio de costumbre.

Levantaste el lienzo para mirar su rostro,

te inclinaste a besarlo con el gesto de siempre.

Y era el rostro de siempre, pero era la última vez,

quizá tan solo un poco más cansado.

Su ropa tambien era la de siempre.

Y los zapatos eran los de siempre. Y las manos

eran las manos que partian el pan,

vertían el vino y la alegría.

Todavía hoy cada minuto que pasa

vuelves a levantar el lienzo,

a mirar su rostro por última vez.

Si caminas por las calles, no hay nadie junto a ti.

Si tienes miedo, nadie te coje la mano.

Y no es tuya la calle, no es tuya la ciudad

alegre y confiada y de los otros,

de los hombres que van y vienen

comprando el pan, la fruta y el periódico.

Puedes asomarte a la ventana

contemplar en silencio el oscuro jardín:
nadie vendra a tu lado,

nadie te dará fuerzas para entrar en la noche.

Antes cuando llorabas había una voz serena,

antes cuando reías alguien reía contigo.

Pero una puerta se ha cerrado para siempre,

para siempre se ha apagado un fuego,

tu juventud es ya una casa vacía

para siempre.

Carta del Jefe Indio Seattle al Jefe de Washington (1819)

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¿Qué escuchas, hombre blanco?

Acaso no recuerdas, tú que dominas

las grandes máquinas y los pequeños

artefactos, que elevas grandes ciudades

y construyes poderosas naves ¿no recuerdas?

Ya hace tiempo un hombre salvaje

puso en tus ojos con caligrafía de selva

y con tinta de río su verdad tan milenaria

y sabia que hasta las piedras temblaron

y las nubes, que son para siempre, dejaron

formas precisas de lo inacallable.


Hoy, en un presente desolador, su voz

retorna con el viento y el trueno,

con la lluvia. Escuchala, hombre blanco,

aún estás a tiempo.


V.G.




El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.




¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habeis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.



Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier hermano.


Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.


No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.


El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.


Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas ente sí.


Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo se escupen a sí mismos.


Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.


Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con el -de amigo a amigo no puede estar exento del destino común-. Quizá seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis serlo. El es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia....