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Y de ahí también la labor de siembra desplegada por Cervantes, de Flaubert a Kafka o Faulkner, pasando por la novela de Dostoievski El idiota (1868-1869), donde la amenaza dialógica vuelve a implicar la descomposición del principio de realidad, de esa ingenua cordura, en virtud del principio utópico del deseo y lo imposible. Cervantes, Dostoievski, Bajtín: ahí aprendimos a repensar críticamente los no siempre visibles vínculos
entre dialogía, carnaval, cultura popular y desestabilización utópica de lo real. Políticamente hablando, este reto ha sido recordado en numerosas ocasiones. Sin embargo, esta insistencia, en contradicción con la lógica del sistema institucional y del poder dominante, no ha supuesto necesariamente un avance en las formas de acción y de discurso más políticamente incisivas. La huella, no obstante, sigue activa en lugares no tan dispersos como a primera vista parecería: de los escritos del Subcomandante Marcos a la escenografía subversiva del Mayday o
Reclaim the Streets, por poner sólo algunos casos ya capilarmente extendidos y hasta mundializados. En este sentido, es razonable que esta reflexión (desde y hacia la práctica) siga latiendo en momentos
distintos, pero abiertos, de la crítica actual. Así lo han visto sin ir más lejos Michael Hardt y Antonio Negri al señalar:
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En la concepción polifónica del relato ya no existe un centro que dicte el sentido, sino que éste surge únicamente del intercambio entre todas las singularidades en diálogo. En
otras palabras, la narración polifónica plantea en términos lingüísticos una noción de la producción de lo común en una estructura de red abierta y distribuida.3
En la concepción polifónica del relato ya no existe un centro que dicte el sentido, sino que éste surge únicamente del intercambio entre todas las singularidades en diálogo. En
otras palabras, la narración polifónica plantea en términos lingüísticos una noción de la producción de lo común en una estructura de red abierta y distribuida.3
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El ensayo del que procede este pasaje lleva por título Multitud: Guerra y democracia en la era del Imperio. Sería de ayuda detenerse aquí un instante para subrayar el sintagma antagonista: “producción de lo común”.
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2. Dialogía, intemperie del cuerpo. Hablar de metamorfosis descentradas, de articulación de singularidades fragmentarias, de crisis de realidad y de identidad, es hablar entonces, como hacen Hardt y Negri, de la invasión de los monstruos, del retorno de Frankenstein. Es recorrer de nuevo la trayectoria de epistemologías inter y antidisciplinares, como ocurre
en los momentos menos conformistas de los Estudios Culturales y la crítica de la cultura. Habría, cómo no, que situar aquí la potencia creativa y crítica del principio de montaje, como en el cine de vanguardia o en el
más reciente film o rizoma dialógico de Wayne Wang y Paul Auster Blue in the face (1995). No en vano, por ese camino llega el Ingenioso Hidalgo hasta el desafiante Don Quixot (1957) de Grigori Kozintzev. En otras palabras, la lengua quijotesca nos enseña todavía a hablar de concepciones del mundo no arbóreas, no jerárquicas, desplazadas, excéntricas, descentradas… Hablar, quizá, de antipoder. Pero ¿cómo? ¿En qué términos plantear un antidiscurso (aunque fuera invisiblemente) efectivo? Quizá haya que insistir aquí en la novela de Mary W. Shelley, Frankenstein o el
moderno Prometeo (original de 1818): ¿no creó Zeus a la primera mujer, Pandora, como venganza después de que Prometeo le arrebatara el fuego divino para dárse lo a los humanos? ¿No comienza la historia del trágico
doctor Frankenstein precisamente en Ginebra, ciudad donde la familia del narrador en primera persona venía mostrando una “incansable atención a los asuntos públicos”? ¿Cómo aborda la novela de Mary Shelley las
más acuciantes cuestiones relativas a la modernidad de la polis? Una respuesta, un título inesperado podría ser éste: Frankenstein o la necesidad de los vínculos.-
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Veámoslo breve pero directamente. Medita el monstruo:
Si carezco de lazos y afectos viviré para el odio y el mal; en cambio, el amor de otro ser suprimirá toda causa de nuevos crímenes… Mis malas acciones son fruto de una forzosa
soledad que aborrezco y cuando viva con un igual saldrán a relucir mis virtudes. Sentiré el amor de un ser y quedaré ligado a la cadena de vidas y de sucesos de que ahora me
veo excluido.4
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O en otro momento puede leerse: “¿No ves que estoy solo, miserablemente solo?”. 5 El monstruo lo sabe, se encuentra bajo la presión de un alejamiento “forzoso” de la sociedad, de modo que, como reconoce intempestivamente, necesita “comprender mi aislamiento”. 6 Ese aislamiento lo conecta la novela desde el principio con la presencia/ausencia del espectro, con la experiencia límite de las “visiones fantasmagóricas” (se dice en el ‘Prefacio’). Y es lógico que así sea: ¿no es en los primeros años del siglo XIX cuando en Inglaterra se empiezan a desarrollar aquellas ilusiones ópticas producidas por linternas mágicas, llamadas desde el principio “fantasmagorías”? Con todo, las ilusiones ópticas y su tecnoestética fantasmagórica, en la medida en que se trataba de una forma de entretenimiento masivo, funcionarían tendencialmente como una sutura de la crisis perceptiva y corporal que la expansión de la modernidad implica para la politeia. En Frankenstein, en cambio, la fantasmagoría cumple ante todo la función de una amenaza trágica, de un peligro que intentará ser neutralizado por el ilusionismo banalizado mediante la visualidad masiva. Y en Don Quijote, más aún, la crisis de la visión juega la baza del distanciamiento tragicómico, de una mirada abierta, en devenir, inconformista, insegura. Tal vez así se comprendan de
manera crítica pasajes cervantinos tan comunes como éste: “…cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda; y en viéndola, se volvió a Sancho y le dijo: —¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho?...” (I, XVIII).
manera crítica pasajes cervantinos tan comunes como éste: “…cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda; y en viéndola, se volvió a Sancho y le dijo: —¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho?...” (I, XVIII).
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3 M. HARDT Y A. NEGRI, Multitud: Guerra y democracia en la era del Imperio, trad. de J. A. Bravo, Debate, Madrid, 2004, p. 248.
3 M. HARDT Y A. NEGRI, Multitud: Guerra y democracia en la era del Imperio, trad. de J. A. Bravo, Debate, Madrid, 2004, p. 248.
4 M. W. SHELLEY, Frankenstein o el moderno Prometeo, trad. de I. Altés
Yáñez, Eidocomunicación, Barcelona, 1994, p. 146.
Yáñez, Eidocomunicación, Barcelona, 1994, p. 146.
5 M. W. SHELLEY, Frankenstein o el moderno Prometeo, p. 100.
6 M. W. SHELLEY, Frankenstein o el moderno Prometeo, p. 135.
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