lunes, 18 de febrero de 2008

NANCY MOREJÓN: Una botella al mar

Memoria del Festival Internacional de Poesía de Medellín. La poeta cubana Nancy Morejón lee su amoroso poema contenido en Botella al mar, que transporta a un oleaje agitado donde quedan todavía muchos barcos con esclavos amordazados. VIII Festival Internacional de Poesía de Medellín (1998).
Nancy Morejon. "Yo no puedo explicarme si olvido que nací en Los Sitios, un barrio pobre de la Habana y que soy hija de un estibador portuario y de una modista; ese es mi origen". Fue el 7 de agosto de 1944. Lectora cálida y subyugante de sus poemas en el St. Catherine's College de Oxford, el Poetry Room de Harvard, La Bienal Internacional de Poetas en Val-de Marne (París), los encuentros con la poesía de la fundación Rafael Alberti en Puerto de Santa María...Viajera incansable que siempre regresa a su isla, donde están su madre y sus barrios, sus colores y su música, y todas las ansias, las luchas y los silencios de su vida. Obra poética: Mutismos (1962); Amor Ciudad Atribuida (1963); Richard trajo su Flauta (1967); Parajes de una Epoca (1979); Elogio de la Danza (1982); Octubre Imprescindible (1983); Cuaderno de Granada (1984); en 1985 publica en California Where the Island Sleeps Like a Wing, seleccionado como uno de los diez mejores libros de poemas de ese año; Piedra Pulida (1986); Baladas para un sueño (1988); Poemas de amor y muerte (1993); Paisaje célebre (1993); El río de Martín Pérez (1996).



Y un poema de regalo:

(Inéditos)

Apodaca

Todavía despoblada,
brillando en el corazón sin habla
de la peregrina,
entro hacia tus corrientes
sumida por ahora bajo las presiones
de un golfo mudo
que toca el fondo de las islas.
Un mono pequeñito
asoma sus ojazos de lechuza intranquila
y acecha en la penumbra la sombra de la Reina;
monito vivaz
como un colibrí chiapaneco.

Y un gavilán levanta vuelo.

Transcurren las horas
como un agua tibia que saltara entre piedras,
ante cada puerta vieja,
ante cada umbral de humo,
entre vitrales cenicientos y rejas escondidas,
destartaladas,
enrojecidas por el sano viento del Prado.
Y rueda la mañana
para que esta peregrina vaya recorriendo
la estrecha y larga calle habanera que llaman
Apodaca.

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