jueves, 4 de septiembre de 2008

La Casa Roja de J.C. Mestre comentada por Rosa Benéitez


ROSA BENÉITEZ desde http://afterpost.wordpress.com nos ofrece su mirada poética y critica sobre textos, contextos y lecturas que nos abren en un espesor del presente ventanas, nos lanzan puentes, sujetan escaleras para descender a lo abisal o subir a lo oscuro de una producción poética descentrada del canon y con clara voluntad ética de subversión y resistencia al canon dominante. Muy recomendable. No es de extrañar pués, haberla descubierto en el 2007, en el blog de Marcos Cantelí, por ejemplo.


V. G.












“Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja” pero lejos de situarse en el arrabal, este poemario de Juan Carlos Mestre se presenta en el centro de la poesía actual, si no por reconocimiento, sí por méritos. La casa roja no es un minipiso de treinta metros cuadrados -único espacio para un único inquilino- sino la versión contemporánea de la Torre de Babel. En ella conviven y dialogan gran parte de las tradiciones y culturas que hemos conocido, y lo hacen a través de sus ya consabidas fórmulas discursivas y por medio de un cuidado ensamblaje salido del taller del poeta.




Hace algunos días hablaba Alberto Santamaría en su blog de uno de los mayores prejuicios asumidos tras el Romanticismo; creer que la poesía acercaría al hombre a la verdadera esencia de las cosas, tras una especie de relegación de lo aprendido, y acompañaba esta reflexión de algunas palabras sobre el caso contrario al comentado. En cierto modo, el poeta Walt Whitman se instauró, o mejor, fue instaurado como el gran renovador de la vida, el nuevo cantor de lo natural y por ende como aquel que devolvería al hombre su ser en el mundo. Juan Carlos Mestre abre su libro diciendo: “¿Qué oyes, Walt Whitman?” y con esta pregunta irónica, según esta lectura, interroga a todos aquellos que quisieron ver en lo natural-opuesto aquí a algo que se ha dado en llamar artificial- la salvación de la humanidad. De ahí que Mestre dirija su mirada hacia lo cultural, lo civilizado, lo que se aleja del estado más primitivo, para demostrar que es en esa parcela de la existencia donde mejor podemos hacer un ejercicio de autoconciencia.




Igual que hizo Whitman, el autor de La casa roja se sirve de las formas adoptadas por los shi´r hebreos (paralelismos, equivalencias, repeticiones, etc.), aunque en lugar de revestir a su literatura de un tono épico, mas bien trata de desmontar algunos de los mitos de una tradición de la que se sabe heredero, y otorgarle a sus cantos la mirada crítica que todo poema de Juan Carlos Mestre lleva implícita. El poeta asume que su cultura es una construcción productora de “especies de verdades” con las que comunicarse; por eso en poemas como “Antepasados” y “El anzuelo de la libélula” el sujeto poético nos presenta una tradición, que siente propia y a la vez prestada, en tanto que artificio perpetuado a lo largo de los años: “antes de que me tomaran por un extraño, ya que no era el dueño de esa invención, me alejé del optimismo de ser entendido por más de dos”.“El niño Jhon” es otro buen ejemplo de cómo las diferencias culturales pueden alejar las percepciones de niños que comparten hasta el signo que los identifica-arbitrariedades del idioma. Este poema además conecta con la temática de esta segunda parte del libro, en la que el aprendizaje y la adquisición de determinadas vivencias y valores se propone como el origen de todo proceso de socialización, ya que es en ese periodo de crecimiento donde el individuo se conecta con una u otra de las tradiciones de las que hablábamos al comienzo.




El siguiente paso dado en toda civilización es el de la creación de las Instituciones. La Iglesia, una de nuestras madres protectoras, supo imponer su voz sobre la del resto y anular con ello cualquier libertad de conciencia. Pero “La casa roja” del yo poético no se somete, mantiene los cimientos de los Medici y de Bizancio, se sitúa en la encrucijada de las grandes formaciones sociales y “habla con alas” y con “lava de lo ardido”. Tampoco el poeta claudica ante la gran Institución literaria; vuelve a servirse del discurso de aquellos a los que cuestiona para ironizar sus tópicos metarrelatos y firmar una Historia de la literatura en la que los que triunfan son los “charlautores”…”vendiendo algún souvenir a la cátedra de los sentimentales”.






La propia escritura de Mestre es sin duda una crítica al tan extendido afán del mundo literario por establecer categorías y modos a los que adscribir tal o cual práctica artística. El poeta transita los surcos de lo narrativo, la comunicación oral, lo imaginativo (en el sentido kantiano del término: la imaginación piensa y por tanto representa en intuiciones, en ideas estéticas), etc. para hacer de todo ello un camino propio y firme con el que recorrer el espacio del lenguaje. Difícil tarea ésta en un mundo en el que como se afirma en este poemario nadie es nadie, no existe el individuo, que sí el individualismo, y la literatura ha sido reducida a “mercado de pensamientos”. El oficio de poeta parece estar en peligro de extinción y la poesía ha dejado de tener cabida en este ecosistema. Pero la puesta en cuestionamiento de Mestre no busca una esencia perdida (de ahí que la poesía no haya caído en desgracia), sino desacralizar a lo real; sus poemas representan realidades, no son el descubrimiento de una verdad última, muy por el contrario el lado de un prisma infinito. Por ejemplo en el texto “Cavalo Morto” la concatenación formal sirve para otorgar concreción y existencia a aquello que podría parecer irreal, acercándosenos no como un ininteligible, sino como un mundo posible. De la misma forma en “Atrapasueños” la anáfora contribuye a reafirmar el ser de un yo poético en apariencia etéreo, sin consistencia, que acaba proclamándose “de acuerdo con lo irreal, soy la sombra única de la realidad”En el número 99 de la revista Letra Internacional decía Jordi Doce; “… creo firmemente que si nuestros novelistas leyeran más y mejores poemas algo cambiaría para bien en nuestra literatura. La buena poesía (…) renueva y clarifica el lenguaje y nos ayuda por tanto, a pensar con más precisión y delicadeza, es decir, a pensar mejor”. Secundo la primera afirmación, que además se corrobora con la segunda y queda probada con la poesía de Juan Carlos Mestre. En poemas como “Metamorfosis” el trabajo con imágenes alejadas de la superficialidad de mucha de la literatura actual, el poeta nos da una lección; programa un viaje para los que no saben de pensamiento en imagen o fracasan en su intento de producirlo.Intimamente ligado a esto que hemos llamado imágenes está el concepto de belleza. Ésta que indudablemente depende de los ojos de quien la busca es para el poeta “por derecho mitológico esposa del trípode y el camaleón”; una cualidad cambiante y subordinada a la perspectiva. Mestre decide sacarle los colores a Pitágoras y a Platón, desterrando las bellezas ideales, y apostar en poemas como “La casa giratoria” por un habitar amado por “las nimiedades que no encuentran sitio en el Talmud, las bellezas que deletreo para que doblen la esquina de la ficción”. En esta casa roja encontramos, aunque en versión reducida a “La mujer abstracta”, un poema anteriormente editado en la colección Compactos de poesía de la editorial El gato gris (que además incluía el trabajo como ilustrador del poeta). Éste viene a completar la mirada estética de un sujeto poético “Aburrido de las naturalezas muertas” y harto en cierto modo de ese pretendida universalidad del gusto, que cierra su reflexión con la proclama de “Me he enamorado por fin de una mujer abstracta”.Así, y porque todo fluye, la poesía de Mestre entusiasmada por la belleza de lo concreto y “la personalidad de las apariencias” crea un discurso desestabilizador, que ahonda en la realidad, no con un afán trascendente, sino con un resultado trascendental; el de poner en cuestionamiento el sentido común, la fastidiosa manía de vincular a la verdad con la idea.“El origen de las ideas, al igual que el de los ríos, está en las nubes”.




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(Salamanca, 1984) Licenciada en Humanidades por las universidades de Salamanca y Autónoma de Barcelona. Estuvo vinculada a la Galería de arte Raya-Punto. Actualmente cursa estudios de Teoría de la literatura y literatura comparada en Granada.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El libro de Mestre es de lo mejor que he leído últimamente. Sin embargo, creo que el libro sufre defectos notorios, atribuibles a la poesía de Mestre en su conjunto, y que hay que ponerlos de relieve porque son de bulto y nunca he entendido la adhesión absolutamente acrítica que este poeta genera, cuando, como digo, es manifiestamente mejorable.

En primer lugar, siempre he creído que la originalidad e innovación de Mestre hay que tomarla con pinzas: parece un escritor de las vanguardias de los años veinte y no un autor del siglo XXI. Es en exceso deudor de Huidobro, Juan Larrea, Pérez Estrada, etc. La existencia de estos escritores y de las vanguardias atenúan mi percepción de Mestre como autor original con un lenguaje propio.

En la segunda mitad del libro, Mestre los invoca, incluso beatificando a Larrea... y aquí creo que aparece uno de los puntos discutibles de este libro admirable: la profusión de imágenes, la inflación de asociaciones y encadenamientos en virtud de procediminetos que con inexactitud reputaría de "surreales", incurre en cierta esclerosis, en cierto automatismo que acaba siendo cansado. He acabado el libro extenuado, con la sensación de haber sido profusamente irradiado por un torrente irrepresible, por una excesiva avalancha de metáforas... y no sé si estoy en lo cierto, pero creo que hay que tener cuidado al trabajar así con las metáforas, porque fácilmente se incurre en la greguería y ésta es difícil de sostener. Además, si la metáfora es la intersección de dos campos semánticos para crear algo nuevo, no siempre Mestre acierta, y muchas de sus asociaciones parecen arbitrarias, azarosas, más que sumar, restan... Al final todo parece un juego "muscular" consistente en ensamblar y construir imágenes asombrosas; al cabo de un rato el asombro se diluye y queda, al desnudo, una técnica magnífica pero reiterativa y que dice bien poco.

Otro punto que me parece discutible es el exceso de poemas basados en la enumeración ("sucede que... /sucede que... / sucede que... /" "Soy... /Soy.../Soy..." etc.). A veces funcionan, pero otras veces cansan y parecen un recurso de construcción fácil. Claro que esto es totalmente subjetivo.

En definitiva, mi opinión es que el libro habría ganado puliendo algunos poemas y suprimiendo treinta o cuarenta páginas que se limitan a exhibir un virtuosismo lingüístico a la postre un tanto huero.

Este defecto, la falta de contención expresiva, y la incapacidad de suprimir, tachar y hacer un libro más redondo, es muy característico de buena parte de la poesía de este país. "Conversaciones entre alquimistas", de Riechmann, sin ir más lejos, también habría ganado en fuerza expresiva de haber eliminado cierto número de páginas.

A pesar de todo, de lo mejor del año. El libro de Mestre, en sus grandes momentos, es una forma de la felicidad.

Anónimo dijo...

La reseña de Rosa Beneitez es estupenda.

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Sumo a lo que comentas, que el barroquismo conceptual y el recargamiento de imágenes implica ya no una dificultad en la lectura sino un retardo en el objetivo, que en parte se difumina porque casi es más el medio que el fin, la verbigracia que el enfoque más o menos renovado, singular o deudor.

Claro que Riechmman es un poeta excesivo pero necesario. Al menos, en mi humilde lectura, con publicar la mitad de lo que lleva impreso en los últimos 5 años sería suficiente, quizá hasta más impactante. Un ecologista como él que dice no debemos ir a la contaminación, a la saturación, a la cobre-abundancia, al despilfarro, podría haber desahogado su impulso creativo en lo ensayístico o narrativo antes que reiterarse en lo poético, donde sus buenos poemas son dardos muy certeros que luego se reiteran en ecos desdibujados en poemas secundarios. En la Casa Roja a mi me pasa que con un poco más de la mitad de poemas hubiera bastado.

El ejemplo contrario sería Antonio Méndez Rubio, por ejemplo.

Y sí, son dos poetas de hoy irrenunciables y muy necesarios. Por lo estético y lo ético, por lo auténtico y lo crítico.

caray, me estoy mojando a cara descubierta... qué loco estoy, Ratten.


Un abrazo,

Tu Viktor

Anónimo dijo...

"En la Casa Roja a mi me pasa que con un poco más de la mitad de poemas hubiera bastado".

Totalmente de acuerdo, Viktor. Y no te preocupes por mojarte si lo haces tan caballerosamente.

Abrazos