lunes, 9 de julio de 2007

ELENA ESCRIBANO: TEORIA DE LA INSPIRACION (I)

Hay muy pocos temas tan polémicos entre los poetas como el de la inspiración, de hecho, rara vez sale en sus conversaciones, y cuando esto sucede se nota la huida apresurada hacia las cancelas más seguras o el más cercano burladero, anda suelto el toro embolado de la Musa. ¿Qué decir que no resulte demasiado manido, ingenuo o decadentemente provocador?

Vivimos en una sociedad altamente tecnificada y racionalista en la que todo lo que no se comprende racionalmente es rechazado muchas veces sin contemplaciones. Además el pensamiento democrático impregna parcelas que nada tienen que ver con la política, y reclama la igualdad, no sólo ante la ley, lo que es absolutamente deseable, sino también en campos tan poco propicios para lo democrático como la creación artística.

Así oímos voces que aseguran que cualquier persona que trabaje lo suficiente y se forme de la manera adecuada podrá realizar una obra de arte. Son los defensores del taller, del trabajo creativo con un horario más o menos fijo, de la constancia en la seguridad de que el poema genial acabará por llegar si se le busca con insistencia. En su actitud democratizadora nadie es considerado especialmente merecedor de dones particulares, todo aquel que busque la poesía de la manera correcta la encontrará.

Otros por el contrario mantienen que toda creación poética verdadera es producto absoluto de la inspiración, llegando incluso a defender que el poeta es un mero transmisor de la Palabra, así con mayúsculas, Poética. En ese rapto de la mente el poeta hará bien incluso si desaparece, él mismo y su intrahistoria, porque su función es la de aplicado alumno al dictado de la Musa. Son los poetas arrebatados, abducidos, no lo merecían pero les ha tocado a ellos, como el don de la profecía, y lo viven con el agradecimiento y la humildad que pueden. La poesía es un don gratuito y lo tiene quien lo tiene; pertenecen a la elite de los elegidos y pagan el peaje de la Gracia con el puro miedo de desconocer si serán nuevamente visitados por el Espíritu de la Palabra o han sido abandonados para siempre.

Pero hay otra postura intermedia: la inspiración existe y es imprescindible en todo gran poema, pero esa inspiración no llegará en toda su plenitud si el poeta no ha afinado adecuadamente su voz con el trabajo constante y el conocimiento de la tradición y del aire de su tiempo.


Decía Federico García Lorca:

“Si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios –o del demonio–, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema”


Esta tercera vía acepta la posibilidad de la inspiración, a veces incluso se asombra por su fuerza inusitada, pero es también consciente de que la inspiración, por genial o potente que sea necesita un instrumento bien afinado, una voz muy trabajada para que pueda manifestarse con todos sus matices y en toda su plenitud. Se parecería en cierto modo al trabajo constante de la bailarina clásica que dedica largos años a conseguir un cuerpo fuerte, de músculos bien preparados, conocedora de las distintas técnicas y recursos que logran que su cuerpo sea tan flexible y fuerte, tan preciso y armónico que sea capaz de interpretar con él desde la composición más delicada al más arriesgado de los saltos. Esa bailarina a veces podrá interpretar muy acertadamente composiciones de mucha dificultad, pero puede ser que en algunos momentos su cuerpo perfectamente trabajado reciba ese algo que la eleva más allá de ella misma y su danza ya no sea interpretación sino creación. Arrebatada por sentimientos difíciles de interpretar por ella misma, apoyados en una técnica perfecta, logra la emoción absoluta de todo el que la contempla. Sin el trabajo previo, por mucha inspiración que alcanzara sería una bailarina mediocre, sin la inspiración, por muy experta que fuera en su oficio, sólo alcanzaría el término de correcta.


¿Y qué es la inspiración? J.R.J. la identificaba con la inteligencia. El dios al que dirige su plegaria es su pensamiento, buscador incesante del prodigio de la palabra perfecta, como reflejo de la esencialidad que busca descubrir y poder transmitirnos :
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¡Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Inteligencia dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!
--
Aníbal Núñez prefiere bromear con el asunto y en su “L.C.M” (Liquidación por Cambio de Musa) nos dice en el poema “Caza Mayor”
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Rastreando las teclas una a una
en conjunto o por zonas
el poeta ojea el muy posible
bando de inspiraciones, la manada de musas…

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Valente en Treinta y siete fragmentos le suplica:
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Y ahora danos
una muerte honorable,
vieja
madre prostituida,
Musa.

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