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------- Manuel Ramírez, Silvia Prat y Manuel Borras, de Pre-Textos
Un oficio solitario. Entrevista al editor español Manuel Borrás
Borrás trató de salirse de la corriente de la moda y terminó, sin proponérselo, volviéndose 'grande', en el sentido de que su pequeña editorial es una de las más respetadas en idioma castellano.
Fiel al principio según el cual si un libro le ayuda a vivir a él también puede ayudar a otra persona, Manuel Borrás ha manejado durante 36 años la editorial española Pre-Textos, que en América también goza de cierto prestigio aunque su muy selecto catálogo y sus ediciones en extremo metódicas y pulidas le han valido la fama de ser un sello dirigido a una elite, a un público restringido.
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Borrás, Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba eran tres estudiantes valencianos de filosofía y letras que en 1972, aún bajo la sombra del franquismo, decidieron fundar su propia editorial, no solo independiente sino fuera de los sanedrines culturales de Madrid y Barcelona. Su idea, fruto de la pasión compartida por la lectura, los puso bajo la mira de la brigada político social, la temida policía política franquista, llena de suspicacia porque le parecía extrañísimo que personas con apenas 18 años cumplidos quisieran fundar una editorial. Detrás de ellos debía haber algo o alguien que los estaba utilizando. Ellos no eran más que la pantalla de intereses perversos, les dijo algún acucioso agente secreto.
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En realidad, no había ni conspiración subversiva ni nada parecido, salvo la decisión de un grupo de apasionados por la lectura en una España dividida en dos bandos: vencedores y perdedores, con sus correspondientes extremos, que eran el nacional-catolicismo y el bolchevismo. Así las cosas, Borrás sentía la obligación moral de recuperar en parte la memoria del exilio español y, además, comprobar una teoría de su admirado Manuel Azaña Díaz, según la cual había una tercera España en medio de los dos fundamentalismos, una España respetuosa de las diferencias pero que había fracasado porque -dice Borrás - "cuando dos energúmenos se enfrentan arrastran con su violencia a todo aquel que trate de moderar."
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Total, en 1976, cuatro años después, llegó a las estanterías Materiales para la historia de las ciencias en España: siglos XVI y XVII, el primer libro de un extenso catálogo que hoy cuenta con sesenta autores latinoamericanos, diez de ellos colombianos, "más los que están por venir".
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Cuál es su estrategia para contradecir la creencia de que Pre-Textos es una editorial de elite?
De estrategias comerciales no tengo la más remota idea, aparte de que en la editorial soy el responsable de la dirección literaria. Si tú tienes un distribuidor, él es quien debe diseñar esas estrategias, porque si el editor se dedica a la parte comercial no hace lo que tiene que hacer, esto es leer y aplicar criterios de excelencia para obtener resultados. Si te dedicas a otros asuntos, no cumplirás nunca con tu misión, lo cual por desgracia es lo que suele ocurrir en el medio.
¿Desde cuándo decidió Pre-Textos mirar hacia Colombia y América?
Desde la adolescencia descubrí América a través de Rubén Darío y tras esa primera fascinación llega el boom americano. Recuerdo perfectamente la pequeña librería donde compré Cien años de soledad y lo que me produjo su lectura. En la universidad asistí a una cátedra de literatura hispanoamericana y por supuesto leí a Vargas Llosa, a Onetti, a Cabrera Infante y a Rulfo, quizás uno de los que más me ha impresionado. Siempre que se habla del boom se dice que los editores españoles contribuyeron muy mucho a la difusión de los autores americanos, lo cual es cierto. Tan cierto como que solo vinieron a fijar sus miradas en ellos tras previa sanción parisina, con lo cual quiero decir que los editores españoles no podemos atribuirnos acosas que no nos corresponden.
Quizá sea debido a que España ha sido otra cosa. En el Siglo de Oro o durante el franquismo fue distinta de Europa. Aunque en el mapa se vea integrada, España ha conservado su propia 'personalidad'...Es verdad. Ha conservado su idiosincrasia. Siempre se ha dicho que Europa comienza después de los Pirineos. Hay como una línea divisoria...
Una línea tras la cual no funcionan los mismos parámetros que funcionan en el resto de Europa.Ahora sí, porque también existe lo que yo denomino el 'nuevorriquismo', una especie de fascinación hacia todo lo que sea nuevo o venga de afuera.
¿Hay en España un nuevo 'boom', una suerte de florecimiento traducido en más y mejor literatura?
España, honradamente, ha sido un país de escritores y pintores. No de filósofos ni músicos, aunque Ortega ha sido una excepción, y María Zambrano lo mismo. Pero España, como me decía alguna vez un maestro, ha sido un país de genialidades; con lo que eso implica porque hay veces en que el genio muere en sí mismo por ser tan genial tan genial que no acaba de concluir algo verdaderamente importante. Esa es un poco mi visión de lo que le ha ocurrido a España. Es un país que ha producido genios tanto de la pintura como de la literatura, pero también muchísima mediocridad.
Es normal que eso ocurra en todas partes...Sí, porque lo mediocre es el sustento de las grandes obras.
Como el abono. Tiene que haber abono. Por ejemplo Marcel Proust es hoy un referente, pero en su momento tenían más fama otros escritores a su alrededor, de quienes hoy nadie se acuerda.
¿Cómo se hace para encontrar a los potenciales Proust cuando, como ahora, hay tanta producción literaria?
En ese maremagno el editor debe ser capaz de pescar aquel libro que le parece excelente, aunque no hay fórmulas sino más bien la aplicación de cuestiones puramente subjetivas. Como yo no soy objeto no puedo ser objetivo. Como soy sujeto trato de ser subjetivo. El margen de equivocación que pueda ejercer es puramente subjetivo. Yo creo que el acierto del editor, su buen criterio, se demuestra en el largo plazo. En Pre-Textos tenemos una colección de primeros libros que son excepcionales porque hoy todos los autores que han publicado en esa colección tienen un lugar en el panorama literario español, y algunos tienen trascendencia europea; nosotros les apostamos por primera vez y en el catálogo está la evidencia de que no íbamos tan desacertados.
¿En qué momento entra en juego la recomendación del librero?
Por desgracia las pequeñas librerías, por lo menos en mi país, están retrayéndose, y diría que están siendo engullidas por las grandes superficies, algo que me parece un disparate porque en las grandes superficies lo único que se impone es el best-seller. Pero no quiero ser maniqueo porque un best-seller no es necesariamente un mal libro; de hecho en la historia de la literatura hay buenos libros que se han vendido muy bien, pero por regla general y por desgracia el 98 por ciento de los libros que se venden mucho suelen ser libros efímeros. Las grandes superficies atienden solo al público, no al lector.
Y si desaparece esa pequeña librería literaria... ¿cuál es la ruta a tomar?
Ante esa desaparición los editores tenemos una responsabilidad mucho mayor en términos de criterios literarios. En cierta forma somos co-creadores, y aparte también pedagogos. El otro día me decía un muchacho que el hecho de ver un libro publicado en determinada editorial, aunque no conociera el autor, era para el era una garantía de que no iba a defraudarse. Estamos pues cumpliendo con una doble función que se ha retraído en nuestro medio. La de los libreros literarios que han sido guías, que han sido un estímulo para que la literatura moderna también tenga su puesto.
Pero usted ha dicho antes que el editor-lector tiende a ser reemplazado por un editor-gerente. Como lector, uno tiene la sensación de que el editor moderno dice 'invirtamos en este autor, que de pronto funciona', siempre con los criterios de mercadeo en primer lugar...Yo diría que eso sí está sucediendo y que el departamento de marketing está desplazando al departamento de lectura. Se evidencia en las políticas editoriales y lo he hablado incluso con mis colegas, aunque advierto que tales líneas divisorias me parecen maniqueas. Prefiero pensar que en el panorama español están los editores literarios, en retroceso por desgracia, y los industriales. Cada uno cumple con un papel importante, pero es indiscutible que el editor literario ha marcado las pautas, ha propiciado que se manifestase una literatura sobre la que jamás hubiera puesto su objetivo una editorial industrial. Ese es un papel importantísimo.
Pero igual esa tendencia ha llenado de morralla las estanterías. Se pueden escribir muchas cosas horribles, pero ¿a quién engañas?
Pues al público...Al público dicho así, en general, pero al lector gustoso no lo engañas. A mí se me han acercado muchas veces, durante alguna feria del libro, por ejemplo, a agradecerme por haber conservado una línea determinada, a darme las gracias por estar editando literatura. Pero es un hecho que en determinado momento, y por razones legítimas, el catálogo de un editor puede estar dictado por las modas o por los dossieres de la prensa internacional de prestigio.
Otra percepción que uno tiene como lector es que el editor está convirtiéndose en el equivalente literario del curador en artes plásticas. Él decide lo qué lee la gente.Estoy de acuerdo en que eso está pasando en literatura. A veces en las exposiciones de arte uno tiene la sensación de que su única finalidad es justificar al curador, que no se justifican por si mismas, y es eso lo que está sucediendo en el mundo editorial.
Y hay quienes exponen bajo el supuesto de que este o aquel tema es el que 'está mandando'. Y si se trata de vender libros, pues de alguna manera hay que ir a lo seguro.Sí. Sabemos perfectamente que existen libros de ingeniería editorial, al menos en alguna proporción determinada.
Usted como editor, ¿cómo evita la indigestión? ¿Cómo pesca en el río revuelto del mercado?
Soy de naturaleza práctica y trato de no enervarme ni enfadarme con determinadas cosas, aunque hay veces en que ello es inevitable. Yo asumo la cosa como una cuestión de fe cuando, por ejemplo, pongo en circulación un buen libro, un gran libro, y veo que absolutamente nadie le hace caso, me refiero a nadie en prensa, y me produce enfado, no por mí sino por el autor.
¿Cómo es su proceso de filtro antes de tomar la decisión de imprimir?
Es un poco lo que yo aspiraría que fuese la crítica profesional, es decir, cuando leo no estoy pidiendo previamente nada a cambio, solo quiero leer, sumergirme en lo que estoy leyendo y después llegar a conclusiones. No pido un esquema determinado de narración o una historia determinada, solo la completa sorpresa. Para mí eso es insustituible. De ahí que no me canse de tener que leer mensualmente ciento cincuenta manuscritos, más otros que me mandan mis colegas. La mayoría se pierde, pero eso forma parte de nuestra profesión. Uno no tiene que invertir mucho tiempo para darse cuenta de si un libro vale o no vale, pues es verdad que a la primera o segunda página te das cuenta si funciona o no funciona. Después hay libros que te gustan pero no lo suficiente como para editarlos, y que te obligan a tener una interlocución con aquella persona que te lo ha confiado porque también tienes una obligación moral con aquel que te está mandando una cosa. Editar es un poco como apostar, como escoger un número de la lotería...Sí. El editor es un solitario que apuesta por un autor y vive esa soledad hasta cuando escucha que alguien dice 'oye qué cosa más buena'. Es entonces cuando se siente un poquito menos solo; después lo pone en circulación y empieza a llegar alguna crítica que le permite pensar que no estás tan desacertado, y luego le llega también lo importante, lo fundamental: la impresión del lector. Como editor tengo gran respeto por los lectores porque dentro de todo lector se esconde un crítico honesto, alguien que no tiene que vender absolutamente nada.
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Rafael Baena
Un oficio solitario. Entrevista al editor español Manuel Borrás
Borrás trató de salirse de la corriente de la moda y terminó, sin proponérselo, volviéndose 'grande', en el sentido de que su pequeña editorial es una de las más respetadas en idioma castellano.
Fiel al principio según el cual si un libro le ayuda a vivir a él también puede ayudar a otra persona, Manuel Borrás ha manejado durante 36 años la editorial española Pre-Textos, que en América también goza de cierto prestigio aunque su muy selecto catálogo y sus ediciones en extremo metódicas y pulidas le han valido la fama de ser un sello dirigido a una elite, a un público restringido.
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Borrás, Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba eran tres estudiantes valencianos de filosofía y letras que en 1972, aún bajo la sombra del franquismo, decidieron fundar su propia editorial, no solo independiente sino fuera de los sanedrines culturales de Madrid y Barcelona. Su idea, fruto de la pasión compartida por la lectura, los puso bajo la mira de la brigada político social, la temida policía política franquista, llena de suspicacia porque le parecía extrañísimo que personas con apenas 18 años cumplidos quisieran fundar una editorial. Detrás de ellos debía haber algo o alguien que los estaba utilizando. Ellos no eran más que la pantalla de intereses perversos, les dijo algún acucioso agente secreto.
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En realidad, no había ni conspiración subversiva ni nada parecido, salvo la decisión de un grupo de apasionados por la lectura en una España dividida en dos bandos: vencedores y perdedores, con sus correspondientes extremos, que eran el nacional-catolicismo y el bolchevismo. Así las cosas, Borrás sentía la obligación moral de recuperar en parte la memoria del exilio español y, además, comprobar una teoría de su admirado Manuel Azaña Díaz, según la cual había una tercera España en medio de los dos fundamentalismos, una España respetuosa de las diferencias pero que había fracasado porque -dice Borrás - "cuando dos energúmenos se enfrentan arrastran con su violencia a todo aquel que trate de moderar."
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Total, en 1976, cuatro años después, llegó a las estanterías Materiales para la historia de las ciencias en España: siglos XVI y XVII, el primer libro de un extenso catálogo que hoy cuenta con sesenta autores latinoamericanos, diez de ellos colombianos, "más los que están por venir".
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Cuál es su estrategia para contradecir la creencia de que Pre-Textos es una editorial de elite?
De estrategias comerciales no tengo la más remota idea, aparte de que en la editorial soy el responsable de la dirección literaria. Si tú tienes un distribuidor, él es quien debe diseñar esas estrategias, porque si el editor se dedica a la parte comercial no hace lo que tiene que hacer, esto es leer y aplicar criterios de excelencia para obtener resultados. Si te dedicas a otros asuntos, no cumplirás nunca con tu misión, lo cual por desgracia es lo que suele ocurrir en el medio.
¿Desde cuándo decidió Pre-Textos mirar hacia Colombia y América?
Desde la adolescencia descubrí América a través de Rubén Darío y tras esa primera fascinación llega el boom americano. Recuerdo perfectamente la pequeña librería donde compré Cien años de soledad y lo que me produjo su lectura. En la universidad asistí a una cátedra de literatura hispanoamericana y por supuesto leí a Vargas Llosa, a Onetti, a Cabrera Infante y a Rulfo, quizás uno de los que más me ha impresionado. Siempre que se habla del boom se dice que los editores españoles contribuyeron muy mucho a la difusión de los autores americanos, lo cual es cierto. Tan cierto como que solo vinieron a fijar sus miradas en ellos tras previa sanción parisina, con lo cual quiero decir que los editores españoles no podemos atribuirnos acosas que no nos corresponden.
Quizá sea debido a que España ha sido otra cosa. En el Siglo de Oro o durante el franquismo fue distinta de Europa. Aunque en el mapa se vea integrada, España ha conservado su propia 'personalidad'...Es verdad. Ha conservado su idiosincrasia. Siempre se ha dicho que Europa comienza después de los Pirineos. Hay como una línea divisoria...
Una línea tras la cual no funcionan los mismos parámetros que funcionan en el resto de Europa.Ahora sí, porque también existe lo que yo denomino el 'nuevorriquismo', una especie de fascinación hacia todo lo que sea nuevo o venga de afuera.
¿Hay en España un nuevo 'boom', una suerte de florecimiento traducido en más y mejor literatura?
España, honradamente, ha sido un país de escritores y pintores. No de filósofos ni músicos, aunque Ortega ha sido una excepción, y María Zambrano lo mismo. Pero España, como me decía alguna vez un maestro, ha sido un país de genialidades; con lo que eso implica porque hay veces en que el genio muere en sí mismo por ser tan genial tan genial que no acaba de concluir algo verdaderamente importante. Esa es un poco mi visión de lo que le ha ocurrido a España. Es un país que ha producido genios tanto de la pintura como de la literatura, pero también muchísima mediocridad.
Es normal que eso ocurra en todas partes...Sí, porque lo mediocre es el sustento de las grandes obras.
Como el abono. Tiene que haber abono. Por ejemplo Marcel Proust es hoy un referente, pero en su momento tenían más fama otros escritores a su alrededor, de quienes hoy nadie se acuerda.
¿Cómo se hace para encontrar a los potenciales Proust cuando, como ahora, hay tanta producción literaria?
En ese maremagno el editor debe ser capaz de pescar aquel libro que le parece excelente, aunque no hay fórmulas sino más bien la aplicación de cuestiones puramente subjetivas. Como yo no soy objeto no puedo ser objetivo. Como soy sujeto trato de ser subjetivo. El margen de equivocación que pueda ejercer es puramente subjetivo. Yo creo que el acierto del editor, su buen criterio, se demuestra en el largo plazo. En Pre-Textos tenemos una colección de primeros libros que son excepcionales porque hoy todos los autores que han publicado en esa colección tienen un lugar en el panorama literario español, y algunos tienen trascendencia europea; nosotros les apostamos por primera vez y en el catálogo está la evidencia de que no íbamos tan desacertados.
¿En qué momento entra en juego la recomendación del librero?
Por desgracia las pequeñas librerías, por lo menos en mi país, están retrayéndose, y diría que están siendo engullidas por las grandes superficies, algo que me parece un disparate porque en las grandes superficies lo único que se impone es el best-seller. Pero no quiero ser maniqueo porque un best-seller no es necesariamente un mal libro; de hecho en la historia de la literatura hay buenos libros que se han vendido muy bien, pero por regla general y por desgracia el 98 por ciento de los libros que se venden mucho suelen ser libros efímeros. Las grandes superficies atienden solo al público, no al lector.
Y si desaparece esa pequeña librería literaria... ¿cuál es la ruta a tomar?
Ante esa desaparición los editores tenemos una responsabilidad mucho mayor en términos de criterios literarios. En cierta forma somos co-creadores, y aparte también pedagogos. El otro día me decía un muchacho que el hecho de ver un libro publicado en determinada editorial, aunque no conociera el autor, era para el era una garantía de que no iba a defraudarse. Estamos pues cumpliendo con una doble función que se ha retraído en nuestro medio. La de los libreros literarios que han sido guías, que han sido un estímulo para que la literatura moderna también tenga su puesto.
Pero usted ha dicho antes que el editor-lector tiende a ser reemplazado por un editor-gerente. Como lector, uno tiene la sensación de que el editor moderno dice 'invirtamos en este autor, que de pronto funciona', siempre con los criterios de mercadeo en primer lugar...Yo diría que eso sí está sucediendo y que el departamento de marketing está desplazando al departamento de lectura. Se evidencia en las políticas editoriales y lo he hablado incluso con mis colegas, aunque advierto que tales líneas divisorias me parecen maniqueas. Prefiero pensar que en el panorama español están los editores literarios, en retroceso por desgracia, y los industriales. Cada uno cumple con un papel importante, pero es indiscutible que el editor literario ha marcado las pautas, ha propiciado que se manifestase una literatura sobre la que jamás hubiera puesto su objetivo una editorial industrial. Ese es un papel importantísimo.
Pero igual esa tendencia ha llenado de morralla las estanterías. Se pueden escribir muchas cosas horribles, pero ¿a quién engañas?
Pues al público...Al público dicho así, en general, pero al lector gustoso no lo engañas. A mí se me han acercado muchas veces, durante alguna feria del libro, por ejemplo, a agradecerme por haber conservado una línea determinada, a darme las gracias por estar editando literatura. Pero es un hecho que en determinado momento, y por razones legítimas, el catálogo de un editor puede estar dictado por las modas o por los dossieres de la prensa internacional de prestigio.
Otra percepción que uno tiene como lector es que el editor está convirtiéndose en el equivalente literario del curador en artes plásticas. Él decide lo qué lee la gente.Estoy de acuerdo en que eso está pasando en literatura. A veces en las exposiciones de arte uno tiene la sensación de que su única finalidad es justificar al curador, que no se justifican por si mismas, y es eso lo que está sucediendo en el mundo editorial.
Y hay quienes exponen bajo el supuesto de que este o aquel tema es el que 'está mandando'. Y si se trata de vender libros, pues de alguna manera hay que ir a lo seguro.Sí. Sabemos perfectamente que existen libros de ingeniería editorial, al menos en alguna proporción determinada.
Usted como editor, ¿cómo evita la indigestión? ¿Cómo pesca en el río revuelto del mercado?
Soy de naturaleza práctica y trato de no enervarme ni enfadarme con determinadas cosas, aunque hay veces en que ello es inevitable. Yo asumo la cosa como una cuestión de fe cuando, por ejemplo, pongo en circulación un buen libro, un gran libro, y veo que absolutamente nadie le hace caso, me refiero a nadie en prensa, y me produce enfado, no por mí sino por el autor.
¿Cómo es su proceso de filtro antes de tomar la decisión de imprimir?
Es un poco lo que yo aspiraría que fuese la crítica profesional, es decir, cuando leo no estoy pidiendo previamente nada a cambio, solo quiero leer, sumergirme en lo que estoy leyendo y después llegar a conclusiones. No pido un esquema determinado de narración o una historia determinada, solo la completa sorpresa. Para mí eso es insustituible. De ahí que no me canse de tener que leer mensualmente ciento cincuenta manuscritos, más otros que me mandan mis colegas. La mayoría se pierde, pero eso forma parte de nuestra profesión. Uno no tiene que invertir mucho tiempo para darse cuenta de si un libro vale o no vale, pues es verdad que a la primera o segunda página te das cuenta si funciona o no funciona. Después hay libros que te gustan pero no lo suficiente como para editarlos, y que te obligan a tener una interlocución con aquella persona que te lo ha confiado porque también tienes una obligación moral con aquel que te está mandando una cosa. Editar es un poco como apostar, como escoger un número de la lotería...Sí. El editor es un solitario que apuesta por un autor y vive esa soledad hasta cuando escucha que alguien dice 'oye qué cosa más buena'. Es entonces cuando se siente un poquito menos solo; después lo pone en circulación y empieza a llegar alguna crítica que le permite pensar que no estás tan desacertado, y luego le llega también lo importante, lo fundamental: la impresión del lector. Como editor tengo gran respeto por los lectores porque dentro de todo lector se esconde un crítico honesto, alguien que no tiene que vender absolutamente nada.
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Rafael Baena
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