miércoles, 30 de mayo de 2007

BAUDELAIRE: "Mi corazón al desnudo"


XVI. Cohetes

He encontrado la definición de Bello, de lo para mí Bello.

Es algo ardiente y triste, una cosa un poco vaga, que abre paso a la conjetura. Voy, si se quiere, a aplicar mis ideas a un objeto sensible, por ejemplo, el objeto más interesante en la sociedad: a un rostro de mujer. Una cabeza seductora y bella, una cabeza de mujer, digo, es una cabeza que hace soñar a la vez -pero de una manera confusa- en voluptuosidades y tristeza; que arrastra una idea de melancolía, de lasitud, hasta de saciedad -esto es, una idea contraria, o sea un ardor, un deseo de vivir, asociado a un reflejo amargo como procedente de privación o desesperanza. El misterio, el pesar son también características de lo Bello.

Una hermosa cabeza de hombre no necesita arrastrar, a los ojos de otro hombre, claro es -pero quizá sí a los de una mujer-, esta idea de voluptuosidad, que en una cara femenina es una provocación tanto más atrayente cuaanto más melancólico es el rostro. Pero esta cabeza contendrá, además, algo triste y ardiente: deseos espirituales, ambiciones oscuramente rechazadas, la idea de una potencia gruñidora y sin empleo; algunas veces, la idea de una insensibilidad vengativa (porque no debemos olvidar el tipo ideal de dandi al hablar de esto); algunas veces también, el misterio, siendo ésta una de las características de belleza más interesantes; y en fin (para tener el valor de declarar hasta qué punto me siento moderno en estética), la desgracia. Yo no pretendo que la Alegría no pueda asociarse con la belleza, pero digo que la Alegría es uno de sus adornos más vulgares, mientras que la Melancolía es, por decirlo así, su ilustre compañera, llegando hasta el extremo de no concebir (¿será mi cerebro un espejo abrumado?) un tipo de Belleza donde no haya Dolor. Apoyado sobre -otros diran obsesionado por- estas ideas, se piensa que me sería difícil no llegar a la conclusión de que el tipo más perfecto de Belleza viril es Satanás, a la manera de Milton.

Charles Baudelaire
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